Imagen Juan María García Campal

Urbanitas no urbanizados

24/01/2024
 Actualizado a 24/01/2024
Guardar

¿Nos acordamos de cuando se decía que de la pandemia íbamos a salir siendo mejores personas? ¿Rememoramos cuando desde ventanas, balcones, miradores y terrazas aplaudíamos a los sanitarios? ¿Evocamos el número, los más de ciento veinte mil muertos habidos? ¿Remembramos sus y nuestras crueles circunstancias? ¡¿Recordamos el miedo?! Sinceramente, creo que no, que, al contrario, hemos salido peores, más egoístas, es decir, trayéndonos al pairo los demás. Y me desagrada y preocupa pues, como lo malo tiende a peor, creo que ya está afectando al ámbito público convivencial. Y así, reparo en que, acaso por la dejadez de estos tiempos y su mudanza de valores cívicos y primarios, lo de la educación y la cortesía –urbanidad que recalcaría mi padre– va brillando por su escasez, cuando no ausencia.

Créanme, estoy a punto de pedirle al médico de cabecera que me envíe a todo especialista relacionado con la densitometría, tanto óptica como ósea o anatómica, pues sospecho y temo que, aún mi volumetría, me esté mudando a transparente. Y no lo digo porque ya no provoque ni perciba alguna que otra mirada de, digamos, interés, sobre todo de miembros de mi sexo preferido, sino porque cada vez con más frecuencia en muchas aceras –de varia anchura– he de subsumirme en la fachada lindante a mi derecha. ¿Recuerda cuando aprendíamos que por las aceras también iría uno por su derecha? Ah costumbre extinta, ah novel uso paramilitar del tres, cuatro o cinco en fondo. He probado a quedarme parado y henchido frente a tales avanzadillas y, ante las caras y miradas de la persona o personas, por nominarlas algo, que contra mi volumen dan, diría que estamos a una nada de la desconsideración total hacia los otros, más que nada porque, para el mal educado o incívico, los demás no existimos. Y no hablo de jóvenes, que pelotones familiares de buena ilustración, aparente, arrollan.

A peor aún, veo, no sólo cómo se ha abandonado el codo como receptor de nuestras toses y estornudos, sino como lo hacen también nuestras manos, con o sin higiénico pañuelo. Y nada digamos del creciente número de hombres –mujer no he visto ninguna– que, sin miramiento alguno, esputan o escupen en el suelo. Urbanitas no urbanizados.

Así, cómo extrañarme la cara de asombro de dos señoras a las que cedí el paso a la salida de un café. Ay –dijo una de ellas– muchísimas gracias, es que ya no estamos acostumbradas. Mas igual es que la cortesía es vicio machista. ¡Hala! Otro vicio en el que procurarme virtuoso. Qué sinvivir. 

Buena semana hagamos y tengamos. ¡Salud!

Lo más leído