Antonio Machado creía, conforme a la teoría platónica, que existe una verdad absoluta que debemos aceptar y descubrir, y que el resto son verdades subjetivas, adaptadas, de ahí su más brillante proverbio: «Tu verdad no, la Verdad; / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela».
Actualmente toparse con la Verdad machadiana es difícil. No basta con estar atentos a los medios oficiales, la verdad se reparte en muchas páginas, bocas, ojos. Se ha disuelto en pequeñas semillas diseminadas en páginas de diarios, los canales de TV, en los testimonios y opiniones de muchos ciudadanos emitidas en las redes sociales, ese «ente» moderno que se alzó como sinónimo de libertad y democratización de la cultura y que ahora se ha vuelto una piedra en el zapato para aquellos acostumbrados a ejercer el control sobre lo que debemos creer, pensar o decir.
Hace unas semanas el Sr. Rufián, diputado de ERC, ya advertía desde el Congreso que las redes se han vuelto el quinto poder, que son una máquina de fango y que había que tomar medidas. Dicho y hecho, sus socios se han puesto manos a la obra y ayer, el señor Bolaños, ministro de Justicia (sí, como lo oyen), anunció que los creadores de contenido con más de 100.000 seguidores tendrán que rectificar la información si se les requiere porque «alguien», llámese «X», se sienta perjudicado o difamado por sus palabras.
Muy bien, pero esto, ¿quién va a controlarlo? Que hay que ser responsables en las redes es una obviedad, que los bulos existen otra, pero que sean auténticos mentirosos quienes pretendan vigilar la información, eso ya no mola.
O sea, que ustedes, que convierten a Pinocho en un mero aficionado, son quienes quieren amordazar ahora a los youtubers que les resultan incómodos. Ustedes lo que pretenden es terminar con la libertad de expresión.
La verdad es patrimonio de los jueces, algo que no terminan de entender, les cuesta. No cuela, señores políticos, no cuela.