‘Veinte años’

El otro día fue el cumpleaños del perro. Él no lo sabe, claro, o por lo menos finge no hacerlo. No sabe que hace tiempo le vibran las patas de atrás y que el veterinario no daba un duro por él; llegar a tan blanco, tan viejo. Nosotros tampoco, pero le seguimos el juego.

Su hocico encanecido, su mirada miope y la sordera que simuló tantas veces que acabó por corroer las desiguales orejas.

Ha perdido la velocidad, el músculo se ha reblandecido, borrada ya la fiereza del mastín impuro. Pero conserva la imagen, el recuerdo en los ojos de los otros. Aunque, de nuevo, él no lo sabe. Cientos de instantáneas agolpadas en los consecutivos teléfonos durante trece años, el retrato constante.

Decía Susan Sontag en ‘Sobre la fotografía’ que uno captura las cosas que considera importantes, sus obsesiones. Enjaular el instante intangible, nuestro rostro cuando aún es joven y bello, cuando deja de serlo, cuando lo añoras, el cuerpo en todos sus estadios; los ratos compartidos con aquellas personas, las caras que nunca más volverás a ver. El animal que vivirá mucho menos que tú.

Nuestro reino de la imagen, apenas un cachorro entonces, le dio la razón a la escritora norteamericana. Por eso subiré su foto cuando la criatura mullida no esté, como hacemos todos con las desapariciones que se pueden contar. Un obituario digital. Otro más para las tripas de internet.

Hace ya más de un mes del otro día, cuando el perro maduro se desgastó un poco más. Quizá sea la última vez que lo haga y, por eso, lo observamos como el gato a una figurilla de porcelana al filo de la estantería, con el futuro anticipado bajo el iris. Siempre pendientes de lo que vendrá o de lo que vino por esperarlo tanto, como escribiría Omara Portuondo en aquella rola vieja, que es lo mismo que retumba en cualquier canción desde cada rincón del mundo: ‘con qué tristeza miramos un amor que se nos va,‘ etc.

A ratos, los menos, pienso en vivir como animales, ligeros, sin mirar a la cara a las últimas veces.