Cristina flantains

El verano en que leímos Hamnet

14/08/2024
 Actualizado a 14/08/2024
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Me mira con sus ojillos verdes mientras le hablo sobre lo que estamos leyendo. No estoy muy segura de que me esté escuchando pero, de repente, rompe su silencio y me dice:

- Si no hubiera sido por Malinche, Hernán Cortés no hubiera conquistado México.

Me hace sonreír. Estamos encerrados en casa, a salvo de los 33 grados centígrados que hay fuera. A pesar de que estamos en el campo y de que el jardín que nos circunda no hace más que agitar su varita mágica para conseguir sacar de la copa del membrillar una brisa que nos alivie de la sofoquina, el calor aprieta.

Ambos tenemos sobre las rodillas Hamnet, la novela de Maggie O´Farrell, y estoy segura de que cuando me ha contestado eso estaba pensando en Anne Hathaway, la esposa de William Shakespeare, Agnes en la novela y su protagonista.

La lectura está siendo deliciosa a la par que inquietante. Deliciosa, sobre todo, por la armonía con la que transmite; inquietante porque consigue describir, en lo cotidiano de una familia de la Inglaterra del siglo XVI, la gran aventura de la vida.

Dónde iba a estar mejor “la inquietud”, más que en el día a día de la vida de cada mujer del siglo XVI (y del siglo XXI, para ser justos), en su periplo particular por el amor, por la muerte, con los hijos, con la madre. O en el simple gesto de encender el fuego a primera hora de la mañana mientras un presentimiento le araña la espalda. O en ver la luz atravesar los cristales de la casa al atardecer, de la mano de alguien que hace mucho tiempo que se fue. Barajando las posibilidades de cada día y sintiendo las heridas que le produce naufragar en algunas de ellas dejando cicatrices que, poco a poco, conforman el mapa de lo que se es sin que quede atisbo de lo que pudo ser, de lo que le gustaría haber sido.

En el caso de Hamnet, a la maravilla que supone que su autora haya conseguido ponernos de lleno en asuntos capitales,  sin tener que recurrir a sofisticadas vueltas de tuerca, con la excusa del gran genio que se mueve entre bambalinas, como un augurio, hay que sumarle  el exquisito trabajo de traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera. 

Qué sería de las buenas lectoras (permítanme la pedantería) sin profesionales como Concha. Cómo habríamos llegado a la obra de Robertson Davies, L. F, Baum, Shakespeare, D. E. Stevenson, Maggie O’Farrell, Jon McGregor, Jaume Cabré, Irene Solà, Gemma Ruiz Palà y Robert Macfarlane, entre otros, autores que han sido traducidos por ella. Cómo podríamos llegar a la esencia de personajes como Hamnet o como Hamlet, si no es a través de las traducciones que se baten entre el conocimiento del lenguaje y la sensibilidad con la que se aprehenden historias y personajes. Y con la empatía con el autor: ponerse en la piel como si fuera la propia entendiendo por qué y para quién.

Cómo saber del mundo, allende los mares, si no fuera por personas que, como Concha, se entregan con rigor y vocación. Y cuando hablo del mundo, no hay cosa mas alejada de mi mente que un espacio geográfico; hablo del mundo, no de su escenario.

El caso es que el pasado 3 de agosto, animados por la lectura de Hamnet y movida nuestra curiosidad por ahondar en la forma y manera con la que alguien puede trasladar la excelencia de una obra literaria de un idioma a otro, Concha Cardeñoso tuvo la generosidad de reunirse con miembros de los clubs de lectura de Castro del Condado, Barrillos del Curueño, de la Biblioteca de Sabero y del club de lectura de la Sierra Norte de Guadalajara.

Durante algo más de una hora nos ayudó a tomar conciencia de lo que supone el oficio del traductor, de sus entresijos, de sus dificultades, de sus temores frente a un futuro incierto. También reconocimos la parte de responsabilidad que le atañe al buen lector, asumiendo un compromiso que, hasta ahora, parecía no existir dada la opacidad de muchas editoriales con el oficio del traductor, y es la de exigir al mercado editorial que la figura de lo que ellos vienen llamando “autores de obra derivada” sea justamente relevante, para que el lector la pueda tener en consideración a la hora de elegir no solo el autor y el título, sino también el traductor.

Querida Concha, vaya aquí nuestro agradecimiento por ese encuentro, por tu generosidad por tu tiempo y, sobre todo, por tu buen hacer.

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