Mientras las cosas del Congreso van despacio, tratan de entretenernos con diversos fenómenos que reivindican, según ellos, la necesaria revolución y liberación de las mujeres.
Comenzamos en julio con el «Barbie boom», la película de Greta Gerwig, una comedia ultra rosa que tiene como protagonista a la célebre muñeca de Mattel y que ha recaudado la friolera de 1.031 millones de dólares en todo el mundo, lo que duplica 10 veces sus gastos de producción. Y es que es pisar el centro comercial y ver a cientos de personas vestidas de rosa más por hacer el payaso que por aceptar su ideologizante misión. Con una estética cutre y barata y un humor simplón, se nos vuelve a vender la idea de que la mujer empoderada tiene que llevar a cabo su particular venganza histórica contra el patriarcado.
Este es el mensaje con el que se bombardea actualmente a las adolescentes a través de películas, revistas, series y canciones reggaetoneras. Y acto seguido nos llega desde Sonorama la revolución de Eva Amaral que, si bien su destape puede justificar censuras absurdas, lo dicho en algunos medios es no solo banal sino estúpido. ¿Se ha desnudado para reivindicar la esclavitud de la mujer respecto a la ropa? ¿Entonces un hombre debería renunciar a sus «gallumbos» para sentirse libre?
El feminismo de verdad debe luchar contra la brecha salarial, la violencia machista, el olvido de tantas y tantas mujeres artistas y científicas; debe impulsar el talento femenino en todos los ámbitos (felicidades a la selección femenina de fútbol española) y otorgarnos igualdad de condiciones a la hora de competir, trabajar o conciliar. También se debe liberar de sus yugos a millones de mujeres de otras culturas que sí viven ocultas tras sus ropas y a las que obligan a casarse a los 10 años. Contra la venta de úteros, contra la trata de blancas, contra cualquier abuso. Por eso, aunque un verano tonto lo tiene cualquiera, banalizar no suma, resta.