Uno de los rasgos más característicos de la expresión oral poco cuidada es la sobreabundancia o abuso de muletillas. El hablante se apoya continuamente en palabras o expresiones, las cuales no presentan muchas veces otro valor que su contribución al rito de la mera repetición. Me refiero a una frase tan reiterativa que ya está sentenciada a convertirse en simple muletilla o latiguillo. Es la fórmula de comienzo ‘La verdad es que’. Se da como sinónimo de ‘a decir verdad’, «realmente’, etc., definiéndola como «expresión enfática con que se introduce una aseveración con carácter de confesión». Usos así son los que demuestran que la muletilla en cuestión está debilitada y no aporta gran cosa. Es una utilización sobrante, viciada, incrustada en muchas afirmaciones y negaciones sin apenas razón de ser desde el punto de vista semántico.
«La verdad es que», o hábito de comenzar la frase, ha sido generalmente considerada como una partícula discursiva de refuerzo argumentativo, si bien estudios recientes apuntan que su valor pragmático más frecuente es el de atenuación. Partiendo de esta hipótesis se puede analizar los usos atenuantes de la contribución en un corpus de textos sincrónicos orales y escritos del español.
Los muchachos del balompié, por ejemplo, gozan abusivamente de esta muletilla, haciendo de ella en las entrevistas periodísticas de que son objeto un cliché repetitivo tan a la moda y contumaz como los niños catarrosos: «La verdad es que yo no he visto esa falta para tarjeta roja»; «La verdad es que merecimos mejor resultado pues tuvimos mayores oportunidades de gol, pero el fútbol es fútbol», etc., etc.. Y hasta el infinito.
Respecto a ‘verdad’ a secas, dijo en verso Ramón de Campoamor en el poema ‘Los dos internos’, de la obra Dolores (1846): «Y es que en el mundo traidor nada es verdad ni mentira: todo es según el cristal con que se mira». Lo cual supone una manera de expresar y admitir, que nada vale, que ningún valor es inmutable. Refiriéndose también a la verdad a secas, Antonio Machado dejó escrito su célebre: «¿Tu verdad? No, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela». En el sentido de, para alcanzar la verdad, hay que buscarla. No basta con decir lo que uno piensa por cuatro ideas que se tienen y, además mal asimiladas. Tampoco sirve el simple ‘me han dicho’, ‘he oído’. Hay que informarse, reflexionar, etc. Se empieza con opiniones, se logra después un conocimiento seguro y claro, o sea la certeza, y si esta certeza se adecúa con la realidad sabemos entonces que el conocimiento adquirido es verdadero.
Desde antiguo la palabra ‘verdad’ ya estaba en la boca de Jesucristo crucificado, dirigida a Dimas, el ‘buen ladrón’, una especie de Robin Hood que robaba a los ricos para dárselo a los pobres: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23:43-47)
Deberíamos distinguir entre verdad, certeza y opinión para no confundir los términos. Opinión es el dictamen, juicio o parecer que se forma de una cosa cuestionada. Certeza es el conocimiento seguro y claro de alguna cosa. Verdad es la conformidad de dos cosas con el concepto que de ellas forma la mente. Así pues, yo puedo tener una opinión sobre una verdad y la puedo tener con más o menos certeza. Las opiniones pueden ser muchas. Pero la verdad siempre será una e inmutable. Lo importante es que nuestra opinión, la que nosotros pensamos, coincida con la verdad.