Las fiestas navideñas están cada vez más cerca, y a medida que esta distancia va disminuyendo, aumentan los comentarios, tanto a favor como en contra, de esta época del año. Por un lado, están los que miran hacia estas fechas con ilusión y con alegría, disfrutando de las luces, de la decoración y de todo ese halo de magia con el que se envuelve todo. Por otro lado, están los que las miran con negatividad y con tristeza, lamentándose del excesivo consumismo que se lleva a cabo ya desde mucho antes de que comiencen las fiestas, o asegurando que la Navidad ya no tiene ningún sentido desde que faltan personas en la mesa. A los de este segundo grupo, hasta cierto punto, razón no les falta. Pero, como he dicho, solo hasta cierto punto.
A mí, personalmente, la Navidad siempre me ha parecido una época mágica y especial. No hace falta comprar nada en el Black Friday, ni gastarse la mitad del sueldo en comidas y en cenas, ni esperar varias horas en una cola para comprar lotería. Esa no es la auténtica esencia de la Navidad, aunque en los últimos tiempos haya podido parecerlo. La verdadera esencia de la Navidad es el colorido, tanto en sentido literal como en sentido figurado, con el que se inunda todo; son los reencuentros después de mucho tiempo sin verse; son las sonrisas y la ilusión de los más pequeños, que en muchas ocasiones se contagian también a los demás; es el espíritu solidario que muchas veces reaparece en estas fechas; y es la finalización de un capítulo para comenzar otro el día 1 de enero, con nuevos propósitos, nuevos planes y nuevos proyectos.
Todos echamos mucho en falta a las personas que ya no están. En Navidad las ausencias se notan, y mucho. Pero, a pesar de la nostalgia, creo que sería una buena idea cambiar el luto por el homenaje, acordándonos de todos los buenos momentos que hemos vivido junto a esas personas, y pensando en lo mucho que a ellas les gustaría que estuviéramos contentos y alegres en estas fechas tan señaladas.
En algunas culturas, como en la mexicana, se dice que nadie muere del todo mientras su recuerdo siga vivo en la memoria de alguien. Y creo que realmente esto es verdad. De alguna manera, nuestros seres queridos siguen a nuestro lado mientras les recordemos. Por ello, superar un duelo no consiste en olvidar. Superar un duelo consiste en ser capaz de recordar a la persona que ya no está, de tal manera que, aunque la nostalgia y el dolor nunca se vayan del todo, los sentimientos positivos pesen más que los negativos. Es decir, que todos los buenos momentos vividos, que permanecen en nuestra memoria, pesen más que ese sentimiento de pérdida, que sabemos que nunca desaparecerá por completo.
Por otro lado, además de recordar a los que ya no están, también está bien que nos acordemos de los que sí que están, porque esto es algo que muchas veces se nos olvida. Solemos pensar mucho en lo que hemos perdido, y muy poco en lo que todavía conservamos. Considero que es muy necesario que nos paremos a reflexionar sobre esto, y que valoremos como se merecen a las personas que siguen estando a nuestro lado, ya que en general, en la vida, tendemos a centrarnos mucho más en todo aquello que no tenemos, que en todo aquello que sí.
Por todo esto, creo que es una buena idea intentar que esta época del año sea lo más bonita posible, y que sea un tiempo en el que recordar, en el que homenajear y, sobre todo, en el que valorar. Esta es, para mí, la verdadera esencia de la Navidad.
Y no quiero terminar de escribir esto, sin mencionar a mi abuelito y a mi abuelita, que ya no están, y que los recordaré durante todos los días de mi vida. Y al resto de mis familiares y seres queridos, que sí que están, y que los valoro profundamente. Todos ellos son, y serán siempre, mi Navidad.