Los que nos vamos de vacaciones al final del verano soñamos con el mar. Verlo, escucharlo, oler a salitre, se convierte en una necesidad.
Cada año por estas fechas, cuando cada noche me veo a mí misma contemplando el Cantábrico, no puedo evitar acordarme del antiguo anuncio de Tampax, aquel en el que una chica de unos 15 años corría por la arena declarando con fe y alegría aquello de: «Me gusta ser mujer». Creo que todas las chicas llegamos a odiarla, a ella y al maldito anuncio. No creo equivocarme al afirmar que muy pocas mujeres se identificaban con ese bienestar los días aciagos en los que les apetecía darse un baño, pero ese molesto visitante mensual les complicaba las cosas. Nos encanta ser mujeres, sí, pero la menstruación es odiosa por mucho que la disfracen.
Así hay verdades que por muy políticamente correctas que sean, lo son a medias o en nada. Y aunque poco tiene que ver, ya que esta columna va de mentira, verdad y consecuencia, la gran trola de este verano, personalmente, creo que ha sido la doble huida de Puigdemont. Que se fugó otra vez es cierto, claro, pero más que fuga yo diría que lo suyo fue un paseíto, algo así como la «Crónica de un regreso anunciado».
Que si sillas de ruedas, que si sombreros de paja, parece una peli de mafiosos italianos burlando a la cutre y sobornada poli neoyorquina y este no es el caso. España cuenta con una Policía eficiente y ha dado prueba de ello en numerosas ocasiones.
Sabíamos que vendría, cuándo, adónde y por qué. Otra cosa es que no resultase beneficioso detenerlo en este momento porque interrumpía la investidura de Illa y porque hay que tener contentos a los de Junts para poder gobernar. Igual, si nos lo explican así, sin insultar la inteligencia de los españoles, lo entenderíamos. No más milongas, por favor, al otro lado de la noticia hay vida que piensa.
Disfruten de agosto hasta el final, tiempo de ver buen cine tendremos en otoño, cine de verdad.