El fenómeno de las migraciones es tan antiguo como la humanidad. Los seres humanos han estado siempre en continuo movimiento. España es el resultado de muchos pueblos que fueron viniendo desde los tiempos más remotos: celtas, fenicios, griegos, romanos, godos, árabes… Y España, especialmente en los últimos siglos ha sido un pueblo de emigrantes: América, Alemania, Francia, Suiza… y en general ha funcionado bastante bien.
Hoy día el tema es mucho más complejo. Millones de seres humanos huyen de la miseria y de la opresión: latinoamericanos hacia Estados Unidos o a Europa; gentes de los países del Este y magrebíes y subsaharianos a España… El problema no es que vengan, sino la forma descontrolada e inhumana que hace que sean muchos los miles que pierden su vida por el camino, víctimas del engaño de unas mafias que se forran a costa de ellos. Lo de Canarias clama al cielo. No es normal ni moral que miles de niños lleguen en masa arrancados de sus familias. Ciertamente no hay verdadero interés en solucionar este gravísimo problema. El primer objetivo debería ser declarar la guerra abierta a las mafias.
Tal vez los primeros culpables sean los gobernantes de los países de origen y quienes contribuyen con ellos a crear un ambiente social de miseria o de inestabilidad. Pero los demás gobernantes miran para otro lado. No hay una voluntad decidida de ponerle solución. En medio de este caos, ha sorprendido gratamente el deseo del Papa Francisco de visitar Canarias, como hizo en su día en Lampedusa. Sin duda sería un gesto profético que debería hacer tomar conciencia, como él mismo ha señalado, de la auténtica «vergüenza» de lo que está ocurriendo. No obstante hay muchos que lo critican, olvidando un principio fundamental: que los inmigrantes son seres humanos que tienen tanta dignidad y son tan hijos de Dios como nosotros. No podemos dejar de tratarlos como personas. Hay determinados grupos políticos que advierten los serios problemas de la inmigración, y quizá no les falta razón, pero la pierden cuando manifiestan una gran falta de sensibilidad y de empatía, de saber ponerse en el lugar del otro.
Ello no quiere decir que seamos ingenuos y olvidemos que, detrás de muchos inmigrantes de buena fe, hay quienes pretenden aprovecharse para invadir silenciosamente otros países e imponer sus ideologías y creencias, como en colegios en los que no se puede poner el belén porque se ofenden los musulmanes, o que se trate a la mujer como hacen sus países.