El mediático juicio por la supuesta agresión sexual que Iñigo Errejón cometió sobre Elisa Mouliaá nos da luz sobre algunos aspectos que son dignos de ser mencionados y que dejan al descubierto algunas vergüenzas. No voy a cometer el error, tan común últimamente, de disfrazarme con una toga y dictar sentencia sobre lo sucedido, ya que esa responsabilidad recae única y exclusivamente en la justicia. Es más, mi opinión sobre lo que pudo pasar entre estas dos personas creo firmemente que carece de valor alguno. Eso sí, en lo que me quiero fijar es en las certezas que nos está ofreciendo este caso.
Una de ellas es que uno de los dos miente. No hay más que escuchar las versiones de los hechos que han aportado en sede judicial para darse cuenta de que son diametralmente opuestas. Cada uno vivió los hechos de una manera totalmente diferente, así que será el juez quien determine cuál de las dos versiones se acerca más a la realidad.
Otra evidencia es que la hipocresía pestilente que se desprende de este caso es insoportable. Primero por la actitud de mirar para otro lado de los miembros de la coalición política en la que estaba Errejón, cuando estos tuvieron noticia de otra supuesta agresión sexual del susodicho. Luego porque Errejón defendía públicamente que las denuncias falsas eran una invención de la ultraderecha, hasta que el denunciado fue él y entonces dijo que era víctima de una denuncia falsa. Asimismo, los argumentos sobre los que está cimentando su defensa generan una incuestionable revictimización de Elisa Mouliaá. Dicho esto, es importante remarcar que todo acusado, incluido Errejón, puede mentir en el ejercicio de su derecho a la defensa. No sé si está mintiendo o no, pero lo que es evidente es que tiene una matrícula de honor en hipocresía.
Sin duda alguna, otra de las certezas que ha dejado al descubierto este juicio es la mala praxis, por decirlo finamente, del juez Adolfo Carretero durante el interrogatorio a Elisa Mouliaá e Iñigo Errejón y que está siendo examinada por el Consejo General del Poder Judicial por si es merecedora de un expediente disciplinario. Entiendo que los jueces utilicen diferentes estrategias en los interrogatorios a denunciantes y denunciados, pero las maneras utilizadas con Elisa Mouliaá dejan, a mi juicio, mucho que desear. La actitud del juez tiene tres víctimas: la propia denunciante, la imagen de la justicia y las mujeres que decidirán no denunciar una agresión sexual para evitar tener que pasar por un interrogatorio tan humillante.