Viajar en tren siempre ha tenido un encanto especial. Recuerdo aquellos primeros años de estudiante en los que para ir de Astorga a La Bañeza no había coches particulares y era el tren prácticamente el único medio de viaje. No importa que a veces tardara dos horas, casi siempre con una gran parada en la estación de Valderrey. Eran máquinas de vapor, pero entonces no había tantas prisas como ahora. Mi primer viaje a Madrid fue precisamente por esa misma vía, por la ahora cerrada y abandonada Ruta de la Plata. Se salía de Astorga a primeras horas de la mañana y se llegaba a Madrid ya de noche. Recuerdo que en Zamora la parada era de una hora, de forma que daba tiempo a salir a comer fuera de la estación. Por cierto, que una de las cosas que más llamaba la atención a un niño de seis años era el retrete del tren, el poder hacer las necesidades en pleno viaje.
La belleza de los viajes en tren ha quedado reflejada en numerosas películas. Personalmente el tren me recuerda la última escena de la película del ‘Doctor Zhivago’ y la emoción de tantas otras escenas de llegadas o de despedidas. Pero también ha sido considerado como un medio de comunicación bastante seguro, aunque no falten excepciones, como ocurrió en el dramático accidente del túnel de Lazo, cerca de Torre del Bierzo, en el año 1944. Recuerdo que hace no muchos años salía en la tele un anuncio que decía: «Papá, ven en tren». Entonces ya habían mejorado mucho las cosas, con avances como la electrificación de las locomotoras y más recientemente con el Tren de Alta Velocidad.
¿Por qué hablar hoy de los trenes? Sencillamente porque un día sí y otro también son noticia por los continuos incidentes que se vienen produciendo con el consiguiente cabreo de los viajeros. El presidente Sánchez ha querido premiar a su gran colaborador Óscar Puente con el Ministerio de Transportes. Ya es mala suerte que este ministro tan simpático y ocurrente se encuentre con tantos quebraderos de cabeza, si es que le afectan los desastres ferroviarios. Mejor que no imaginemos lo que ocurriría si esto ocurriera con un gobierno de derechas. Al ser de izquierdas, aunque haya gente que se sienta muy cabreada, la sociedad admite todo con bastante resignación.
Tal vez lo peor de todo esto es que las chapuzas ferroviarias sean una metáfora de la realidad y de la situación general de España y de su descarrilamiento. Tal como están las cosas hoy día no parece haber lugar para el anuncio que invita a los papás a venir en tren. Ojalá se arreglen.