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Viaje hacia un mundo feroz

25/11/2024
 Actualizado a 25/11/2024
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No soy mucho de los ‘días de’, pero hoy es un día importante, qué duda cabe, porque la eliminación de la violencia contra las mujeres ha de ser un asunto central en la sociedad actual. La igualdad ha de ser el objetivo, de eso no cabe la menor duda. Pero, antes incluso que la igualdad, que no ofrece discusión, está la imperiosa necesidad de acabar con las violencias. 

Pero qué decir de este mundo en el que, de pronto, se ha empezado a imponer un discurso autoritario, una especie de revolución al revés, que encuentra atractivos inexplicables en líderes que pretenden desmontar lo que las democracias llevan defendiendo un largo tiempo. Es para estar preocupados, porque el fenómeno no deja de crecer. Y más aún si ese fenómeno parece advertirse en el pensamiento de muchos jóvenes, según el artículo que el flamante nuevo académico Javier Cercas (de cuyo nombramiento me congratulo) publicaba ayer en ‘El País Semanal’. No es ya la derechización de los más jóvenes, a la que aludía, refiriéndose de manera concreta a la Generación Z, sino la ultraderechización o incluso más allá, si me lo permiten: es decir, la simpatía por discursos duros, autoritarios, excluyentes y a menudo maniqueos, que beben de la simpleza y no de la complejidad que sin duda define a las sociedades actuales. 

Claro que cualquier persona es libre de defender su ideología, al menos si se mantiene en los parámetros de la razón, del humanismo y de la empatía con sus semejantes. Me parece, si quieren, lo mínimo que uno puede asumir cuando piensa en adscribirse a una ideología, o comulgar con ella. Los que vivimos el tardofranquismo, en general, hemos desarrollado ideas absolutamente opuestas a las dictaduras y al autoritarismo, lo cual parece más que lógico, pero ¿no debería ser lo mismo para cualquier ser humano?

Las democracias permiten incluso el desarrollo de las ideas antidemocráticas, lo cual dice mucho de un régimen de libertad, pero, llegado el caso, eso puede convertirse en algo así como la semilla del diablo. Sin embargo, parece necesario que nos preguntemos qué estamos haciendo mal, o qué no estamos haciendo, para que haya un crecimiento sostenido de las ideas autoritarias e intolerantes, incluso, en casos concretos, ideas que parecen apoyar antiguos regímenes carentes de libertad. No me basta con creer, como apunta Cercas, que puede tratarse de la típica rebelión juvenil, que suele ir contra los gobiernos que les tocan en suerte. La rebelión puede ser una característica de la juventud, seguramente debería serlo, pero no a cualquier precio. ¿Hemos explicado bien a los jóvenes lo que es una dictadura? ¿Hemos explicado bien lo que supone la desigualdad en el mundo, lo que implica la intolerancia o la exclusión?

En fin, no hablaré aquí de las verdades o de las mentiras estadísticas, como dice el otro. Conozco muchos jóvenes, jóvenes en edad universitaria, que nada, absolutamente nada, tienen que ver con esa pretendida ultraderechización, que nada tienen que ver con la intolerancia ni con el autoritarismo, sino todo lo contrario. Conozco jóvenes generosos, abiertos, dialogantes, creativos, que trabajan para estudiar, que viven incluso una existencia heroica desde una gran precariedad. Jóvenes que entienden y celebran el significado de la libertad y de la igualdad entre hombres y mujeres, aunque no hayan pasado por una guerra, ni tampoco conocieran los tiempos de Franco. Pero, aun así, estoy de acuerdo: algo estamos haciendo mal. Algo ha encendido esta contrarrevolución, algo ha levantado este viento poderoso contra el Humanismo. No todo puede explicarse con la simplificación de las redes sociales, con la siembra de la propaganda del odio, los bulos, la manipulación de la realidad, el uso y abuso de la ignorancia. No. Tiene que haber algo más. Es necesario hacer autocrítica. 

Lo que sucede es que vamos cayendo hacia el descrédito de las instituciones, unas veces justificado, otras, muchas, inflado por la propaganda y el oportunismo político. Tal vez estemos llegando a un peligroso punto de no retorno. Aquel en el que ya no se identifica con claridad cómo un día nos dimos regímenes democráticos, respetando las diferencias ideológicas, aquel día en el que ya no se identifiquen los progresos, ni las mejoras de la ciencia y de la educación, sino que se nos vendan como logros de una elite que trata de imponerse al pueblo. Caer en esta falacia nos destruirá. Comprar el relato de otra elite (no cultural, desde luego, sino más bien económica, como es el caso de Trump) no llevará a una mejora de la clase media, ni a una mejora de la vida cotidiana, sino a la progresiva eliminación del estado protector, a pesar de todos los errores cometidos, que no habrán sido pocos, a la creación de una sociedad muy desigual, basada en el éxito económico (a menudo a costa de los más débiles), en la que no cuente la empatía ni la solidaridad, sino la filosofía desnuda que enfrenta con crudeza el éxito al fracaso, igual que enfrenta la vida y la muerte. ¿Es esto lo que queremos?

Desgraciadamente, el crecimiento de estas ideas terribles y autoritarias viene acompañado de otros elementos que están complicando el futuro. Como aún vivimos pendientes de nuestra cotidianeidad (un paraíso al lado de la de otros seres humanos del planeta), quizás no nos percatamos de lo que se está cociendo, o del incendio que podría propagarse. Muchos están atentos a lo que nos traen Trump y su amigo el de los cohetes, el tal Elon Musk. Pero eso sólo es parte de lo que se ve en el escenario. Las guerras en marcha, lejos de aminorarse, empiezan a crecer, y lo hacen cerca de los pulcros salones del poder europeo. Las tensiones de los estados llegan a los grandes parlamentos, como sucede con Estados Unidos, y el evidente gusto por desprestigiar las instituciones del presidente Trump. ¿Se trata de desmantelar un orden para vivir inmersos en una jungla cazadora? También llegó a Bruselas la polarización de la política en España. Muy mal asunto. 

Este oleaje pernicioso no se detiene. Le basta con minar la credibilidad en el estado y potenciar el proteccionismo, más patriotero que patriótico, a través de la figura de los nuevos mesías, que merecen adoración, claro, también llamados salvapatrias. Un concepto rancio para construir un futuro improbable. De los mesías, en fin, nos libre Dios. La manipulación, con las redes sociales como gran herramienta (Elon, de nuevo), está creando una sociedad desorientada, confusa, que termina atrapada y engañada por discursos viscerales y emocionales. Eso sí, la cumbre del clima amanece sin resultados. Parece que hemos iniciado ya el viaje hacia un mundo feroz. 

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