04/12/2023
 Actualizado a 04/12/2023
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LOS ESCRITORES hablan a veces de sus vidas literarias, que pueden terminar conquistando sus territorios más íntimos y domésticos. Para un escritor, es difícil separar el hecho de escribir de los asuntos más cotidianos, pero de todo ha habido. No son pocas las memorias de autores que hablan de esas vidas, en ocasiones intentando dejar lo personal a un lado, como si pudiera separarse con absoluta nitidez lo vivido de lo escrito. Los libros de memorias, las autobiografías, las biografías también, suelen ofrecer un caudal de información interesante sobre los escritores, más allá de lo que nos dice su obra. 

¿Y qué decir de las cartas? Hablo a menudo con editores y escritores que expresan su descontento con la desaparición de los intercambios epistolares, sustituidos a toda prisa por las redes sociales o por el correo electrónico. ¿Escribimos un mensaje electrónico con la misma pulcritud y belleza que una carta manuscrita? ¿El hecho de enviar un texto por correo postal no implica cierta liturgia, no obliga, quizás, a extremar el cuidado del mensaje? Digo esto mientras pienso, por ejemplo, en las cartas de James Joyce, que acaba de publicar Páginas de Espuma. ¿Perderemos toda la información sobre la vida literaria de los escritores, y sobre su vida doméstica (literaria muchas veces también), con la desaparición de esos intercambios postales?

Pero, en la era de la corrección política, no faltan los que arguyen que quizás no tenemos derecho a penetrar en el correo íntimo, aunque sea de personas públicas. No si, en realidad, sólo aparecen en él referencias a sus asuntos personales, no literarios (si, como digo, es posible separarlos), por no hablar de aquellos en los que predomina el contenido amoroso, o sexual, y Joyce es también un buen ejemplo de ello. Muchos autores han deseado que su correspondencia privada se conociera. Está en sus archivos y se ha publicado, a menudo en gruesos volúmenes.

¿Qué será de nosotros en esta época del correo electrónico? ¿Los escritores lo recopilarán igualmente? ¿O no tiene, ni de lejos, el sabor de la carta escrita, el cuidado que exige la liturgia de mandar un folio dentro de un sobre? Hubo un tiempo en el que quemar las cartas, a la muerte del autor o, sobre todo, del receptor, estaba bien visto. ¿No fue lo que hizo Cassandra con gran parte de la correspondencia de su hermana, Jane Austen? Aunque sabemos algunas cosas de Jane, es casi seguro que hoy podríamos saber de ella muchísimo más. La vida literaria, más allá de los libros publicados por alguien, nos atrae extraordinariamente. 

Hay multitud de libros sobre los propios libros. Sobre cómo se construyeron, en qué circunstancias, qué avatares editoriales sufrieron (a veces notables, y aquí Joyce vuelve a tomar protagonismo), y no dejaría de mencionar excelentes libros sobre la literatura, y sobre las vidas literarias de sus autores, que no son, desde luego, cursos o estudios universitarios, sino aproximaciones más emocionales, o el resultado de haber conocido esas existencias de primera mano. 

Nos hemos alimentado a veces de libros como ‘La memoria vegetal’, de Umberto Eco (o, ya puestos, el excelente ‘El infinito en un junco’, de Irene Vallejo). No podríamos dejar de citar las enormes aportaciones al conocimiento de la literatura y sus autores de Nuccio Ordine, cuyos trabajos me entusiasman (‘Los hombres no son islas’, en afortunada referencia a Donne), y, pasando inevitablemente por Borges, autor infinito y tantas veces arisco, ahí está el gran Alberto Manguel, con ‘Una historia de la lectura’, entre otros. También se me ocurre ‘Dentro de la literatura’, de Suso de Toro y, como diría Umbral (que también nos aportaría mucho en este mismo territorio) hay más títulos insignes, aunque no vamos a levantarnos ahora a mirarlos. 

Pero si los críticos y los escritores (y sus cartas) nos han dicho mucho sobre esas formas de vida (aunque no todos los escritores han vivido o viven vidas muy literarias), probablemente no hay fuente más curiosa y más atractiva para estos menesteres que la de un editor. ¿Son los editores los que mejor pueden darnos a conocer ese lado al que los lectores no se aventuran, pocas veces narrado, ese lado que, sin embargo, puede ser tan revelador y tan decisivo, también, en ocasiones, tan extraordinariamente divertido?

Si piensan eso, creo que ya tienen lectura para los próximos días. Me refiero a una novela, ‘El negro de Vargas Llosa’, que acaba de publicar el editor (y ahora escritor) Eduardo Riestra en Pipas de Calabaza. No son pocas las veces, en efecto, en las que los escritores se refieren a todo ese mundo que rodea su trabajo. Para bien, o para mal, claro es, que de todo hay. Hace unos dos o tres años escuché una conferencia de Vargas Llosa, precisamente, en la que daba cuenta de sus muchos años bajo el cielo protector, o como quiera llamarse, de la agente Carmen Balcells, ya desaparecida. Bueno, es una forma de entrar en ese lado de las vidas literarias que rara vez se conocen. Y sí, las cartas entre escritores, entre autores y editores… todo eso tiene, sin duda, un gran interés. Pero quizás no hayan escuchado tantas veces a un editor contando la literatura por dentro… Y Eduardo Riestra lo hace.

No hay aquí espacio para desglosar lo mucho que ‘El negro de Vargas Llosa’ nos cuenta. Mejor así, porque prefiero invitarles a que gocen de la lectura de este libro singular, cargado de humor. En los últimos días, a raíz de una presentación en la que acompañé al autor en tierras del norte, tuve la ocasión de ver cómo la vida de un editor (aunque sea de una editorial pequeña, pero brillante, como Ediciones del Viento) es capaz de narrar con gran detalle esa vida interior de la literatura, hacernos viajar al lado más personal de una respetable cantidad de autores, contemporáneos, pero no todos, especialmente de Latinoamérica. Eso sí: recuerden que es una novela. En ella hay sus dosis de ficción, pero también mucha verdad. Riestra convertido, como divertimento literario, en corrector de pruebas y ‘negro literario’ de Vargas Llosa (al peruano, me dice, la broma le ha encantado), es en este libro el guía que nos lleva por ferias del libro, por reuniones con editores o agentes, que nos cuenta cómo ‘La tía Julia’ le recuerda a su amigo el pintor Tim Behrens, que escribió ‘El monumento’, una obra sobre el amor prohibido de su hermano Justine y la aristócrata húngara Úrsula. Un guía apasionado que nos lleva por las vidas literarias de tantos autores, o por la vida del irlandés Casement, y, desde luego, por la memoria de su propia vida literaria y por lo que él llama ‘el glamur desenfrenado’ del mundo del libro en español.

 

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