«Cuando sabíamos que venía el agua, abríamos todas las puertas y ventanas del bajo y del primer piso, cogíamos las gallinas y las otras cosas de valor y subíamos a la azotea. El agua entraba y salía de casa como una tromba. Enseguida nos poníamos a limpiar».
De toda esta avalancha de malas noticias que nos llega desde Valencia, rescato esta entrevista a una viejina. Las gentes de la costa mediterránea estaban acostumbradas a la gota fría, sabían cómo manejarla.
Hasta que llegó la especulación inmobiliaria. Y el cambio climático.
Ahora las olas son gigantescas, se van elevando y elevando con todos los obstáculos que el ser humano ha puesto en su camino, y la gente ya no intenta rescatar las gallinas, sino, los coches. Pero los coches no los puedes subir a la azotea, los coches suelen encontrarse en garajes rápidamente inundables que se convierten en trampas mortales.
Hace poco estuve en el Museo de Ciencias Naturales con Pequeño Zar en la Noche de la Ciencia. Es la segunda vez que vamos y la segunda vez que participamos en una actividad, entre muchas otras, que me parece muy relevante. Un científico había montado sobre una estructura elevada una especie de cajón lleno de arenilla, en la parte superior, camuflado tras el dibujo de una montaña, se encontraba un pequeño depósito de agua. En la arenilla había dibujado el cauce de un río con sus meandros serpenteando entre colinas y su desembocadura. Cogió unas casitas azules de Monopoly y las fue colocando en las partes elevadas, lejos del cauce. Dijo: Aquí, la gente mayor construía sus casas desde tiempo inmemorial. Acto seguido les dio a los niños unas casitas rojas: Imaginaos que os queréis construir una casa, ¿dónde la pondríais? Los niños las colocaron. Imaginaos que llueve, dijo, y abrió un poco el grifo, el agua bajó por el cauce y salpicó algunas casitas rojas. Imaginaos que llueve mucho, añadió y abrió más el grifo. Algunas casitas rojas temblaron. Y dijo: Imaginaos que llueve con muchísima fuerza. Abrió el grifo al máximo, el agua salió en tromba y se llevó todas las casitas rojas por delante. Las azules siguieron en su sitio. Concluyó: Esto es lo que sucede cuando construyes en el cauce de un río o en zonas inundables; el agua siempre encuentra su camino.
Pues eso, más claro no puede estar. Debemos aprender de la naturaleza. Construir responsablemente, conscientes de que estos fenómenos meteorológicos cada vez van a ser más frecuentes. Pero, ay, eso no es lo que estamos haciendo. Ni lo que hemos hecho. Ni lo que parece que esté planeado en un futuro. Debemos cambiar la mentalidad, un cambio radical: acompasar nuestros ritmos a los de la naturaleza. Nos lo está pidiendo a gritos. Y estamos sufriendo por no escucharla. Si lo sabrá la viejina.