25/04/2024
 Actualizado a 25/04/2024
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Uno no sabe si los nacionalistas están, esta temporada, más crecidos que de costumbre (qué están mucho), o es que han perdido definitivamente el norte. Y en este caso no hago distingos entre los catalanes, los vascos, los gallegos, los canarios o los leonesistas: todos iguales en su aldeanismo, en su política excluyente, en su cerrazón ancestral. A mi las movidas de los demás me la traen floja del todo y aprovechando que esta semana hemos ‘celebrado’ la fiesta de la comunidad en la que vivimos, nos guste o no, quiero extenderme un poco en lo que es y en lo que significa. Empezamos porque celebramos una derrota, algo incomprensible, porque los pueblos de todo el mundo suelen celebrar su contrario, o sea, una victoria. Sólo los fenicios que viven en Barcelona y proximidades son igual de masoquistas que nosotros y también su fiesta coincide con una derrota, la del 11 de septiembre. Este hecho dice bastante de nosotros. Una derrota militar es un desastre, se mire por dónde se mire, y, la verdad, es que tiene poco de fiesta; todo lo contrario, porque significa muerte, arrestros, ejecuciones y mucho dolor.

¿Porqué se produjo la sublevación de los ‘comuneros’ frente al poder central del rey Carlos I? Porque esta gente quería conservar sus fueros y sus privilegios, que eran muchos, y retrasar lo más posible (como hacen ahora los vascos y los navarros), la igualdad entre todos los españoles. Por supuesto, fueron derrotados y a Castilla (y no digo León, porque León contaba muy poco en áquel tiempo), no le quedó más remedio que rumiar su derrota y asumir su decadencia, que no ha parado de menguar desde entonces. Padilla, Bravo y Maldonado lucharon por conservar la Edad Media y cerrar todo lo posible la vereda de los nuevos tiempos.

Lo malo es que habitamos un país contradictorio. La ‘izquierda’ oficial compra, gratis, el relato y tiene la asombrosa idea de asumirlo y pone el color morado (el de los comuneros), en la bandera republicana; el colmo de los colmos, se mire por dónde se mire. La ‘izquierda internacionalista’, asume como propio un color localista y pueblerino… Es, como digo muchas veces, lo que da el campo…

En León, dónde resido, los nacionalistas de la UPL, que tienen una pedrada considerable, luchan por librarse de los castellanos, enemigos eternos de nuestra patria. No digo si hacen bien o hacen mal, haya cada cual con sus convicciones, pero lo hacen a la ‘contra’: todo lo castellano es malo e imperialista. Sus juventudes, a las que no les falta imaginación, han propuesto, estos días luchar y derribar el castillo de Mordor… Asumo que muy pocos han leído ‘El Señor de los Anillos’, que sólo lo conocen por los videojuegos y no me parece mal. Pero comparar a los de Valladolor con el ‘Señor Oscuro’ es, como poco, de inocentes. Los leonesistas dicen que León está como está por culpa de los del Pisuerga. Esta afirmación, que repiten como un karma, es simplista y no tiene nada que ver con la realidad. La culpa de lo que nos pasa es nuestra y mientras no lo asumamos es, simplemente, cinca de mano. ‘Todo lo malo viene de Pucela’…; uno está hasta los cojones de esta frase, que para súpernada es cierta. Los leoneses somos lo más parecido al ‘Juan Cojones’ de los gaditanos, gente sabia con tres mil años de edad, y que define al propio que pasa por la vida viéndolas unas ir y otras venir. ¿Qué destrozaron la minería?, ¿qué los ganaderos no hacen más que cerrar sesesta o setenta cuadras al año?, ¿qué el aeropuerto de La Virgen del Camino es una broma? La culpa es de los pucelanos… Mientras nos desahogamos con estas simplezas, no hacemos nada para revertir estos desastres, sólo quejarnos. En vez de incendiar el edificio de la Junta o la Cátedral o San Marcos (qué es lo mínimo que deberíamos hacer), nos quedamos quietos mamándonos en el Húmedo, en el Cid, en la Pícara o perdiendo el cerebelo delante de una serie de Netflix y dejando que la Junta, el Gobierno Central o la mierda de la Unión Europea cometan las tropelías que hacen que León sea un páramo habitado por viejos que no tienen esperanza y que nuestro crecimiento económico sea un chiste (malo), de Gila. Sólo con esta dejadez se puede entender que Villablino haya perdido seis mil habitantes en veinte años; qué Sahagún viva solamente de los peregrinos del camino francés; que Boñar esté cada vez más vacía…

A los leonesistas les recomendaría que pensasen más en vez de hablar a lo tonto. Su última cruzada es gritar que Zamora y Salamanca deben de unirse al barco de cazurrilandia a toda costa, incluso aunque sus habitantes pasen olímpicamente del asunto y no los voten jamás de los jamases. ¿Y qué, –pregunto yo–, hacemos con el Bierzo dónde son una fuerza testimonial, siendo optimistas? Qué pasa, ¿qué no les importaría que el Bierzo volviese a ser una provincia, desgajándose de León? A ver: todos los nacionalismos, todos, son un error y los partidos que los defienden son, también todos, de derechas; y de una derecha rancia y excluyente. Que no os den gato por liebre. Salud y anarquía.

 

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