Una mujer entona un canto que llega desde siglos atrás, viste una túnica bordada, cierra los ojos y canta, extiende la mano y toca unas grandes piezas de cerámica. Las ha hecho ella, Agustina Valera. Yo observo un cuadro, un ser fantástico, mitad pez, mitad monstruo, emerge de un lago rodeado de selva, los árboles son enormes y nos contemplan: hay vida dentro de esa selva. El hombre que lo pintó, Dimas Paredes, cuenta que su padre era maestro curandero de la Amazonía. Que entraba al agua para conectarse con los espíritus que allí viven. Que todas las visiones que pinta, se las dio él. Que cada árbol y planta tienen un espíritu que los protege. Que lo que pinta son plantas maestras, plantas muy poderosas. El hombre intenta explicar lo que no se puede explicar, la belleza y el enigma de una obra de arte. Su forma de narrar es circular. Nuestra forma de narrar, en el mundo occidental, es una línea recta, una flecha que arranca, vuela y va directa a su destino. La forma de narrar de esta persona del pueblo shipibo nacida en la Amazonía empieza en el medio de una circunferencia y termina en el medio de esa misma circunferencia. Su padre, su abuelo, la selva, el río, los árboles medicinales, la ayahuasca. Un círculo eterno.
Y esos árboles.
Y ese misterio.
Dimas Paredes es un artista llegado de la Amazonía peruana, de Ucayali, para presentar su obra en el Museo Lázaro Galdiano dentro de una muestra titulada ‘Amazonía contemporánea. Colección Hochschild Correa’. Son ochenta obras y treinta artistas. Hoy ha venido una nutrida representación. Para llegar aquí, han tenido que caminar durante horas, que navegar en el río, que tomar varios aviones. El Amazonas está muy lejos de Madrid. Pero la fuerza que trasmiten esas obras nos toca el alma. La canoa pintada con seres del río de Graciela Arias. El altar a los diosecillos de los no humanos de Lastenia Canayo. Las visiones de Enrique Casanto. Los luminosos cuadros de mayas kenés, un diseño tradicional de los shipibo-konibo, de Olinda Silvano. Las imágenes en blanco y negro de los caucheros de Augusto Falconi, el fotógrafo que mejor ha retratado la Amazonía. Aunque mi retina se queda enganchada en la obra de Dimas. Se lo digo, qué maravilla, esos colores, esa precisión en el dibujo, y me siento un poco tonta. Él me clava la mirada oscura, se acerca mucho a mí, dice: yo veo cosas, veo lo que va a suceder; pregunta: ¿de qué mes eres?, de julio, contesto, viajarás mucho, tendrás éxito. Nos miramos en silencio. Vuelve a cantar Agustina. Alguien dice es un icaro, el canto que se entona cuando se toma ayahuasca para que el espíritu se quede aquí anclado y no se escape. Yo contemplo la obra de Dimas Paredes y pienso que mi espíritu ya se escapó, ya voló, se quedó atrapado entre esos árboles poderosos y sanadores.