19/02/2025
 Actualizado a 19/02/2025
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Llevo más de cuarenta minutos delante de la pantalla del ordenador intentando escribir algo que haga justicia a tres días de despedidas, a más de treinta y tres de amor y a ciento cuatro de entrega. Más de media hora y solo he logrado escribir una única frase de dieciséis palabras que busca definir a alguien que nunca carecía de ellas. Quizá este intento fracasado (por ahora) es simplemente una señal –que no me extrañaría que fuera suya–para que no lo haga, que lo deje estar. Quizá es mejor reordenar estas frases de agradecimiento en la mente y dejarlas ahí guardadas en un rinconcito para la eternidad. 

Sin embargo, carezco de buena memoria y soy un poco como mi padre (y mi compañera Camino): si no lo apunto se me olvida. Estoy segura de que hay gestos que estarán conmigo siempre, dichos que saldrán de mi boca de manera casi involuntaria y una sonrisa que espero tener guardada con llave para el resto de mi vida. Pero tengo miedo de que otras historias se desvanezcan entre el pensamiento.

Curioso el miedo que me atenaza a mí, que me he quedado abrazada entre unos cuantos recuerdos que saben a pizza con tranchetes, a puré con salchichas, a media docena de tortillas de patata y, por supuesto, a croquetas, y del que carecía esa personalidad fuerte y sencilla al otro lado de la bata y la leche con magdalenas. Supongo que vivir con Fe era vivir sin miedo y así lo aconsejaba a quien pasara por su casa del pueblo, que se convirtió en el centro de su mundo y que ojalá siga siendo algo como el centro del nuestro. Los miedos son los enemigos que se pone enfrente una misma y , desde luego, la desafección o la desavenencia era algo que no tuvo tiempo de cultivar en su vida. Flores sí, muchas, todas las que quieras. En el patio, hortensias, jacintos, rosas y tulipanes poblaban su refugio durante la primavera. Pero por allí no se sembraban enemistades.

En fin, he aquí unas cuantas anotaciones que, ahora ya sobre el papel, se han transformado en la bolita dorada que está siendo transportada a la estantería de mis recuerdos. Ah, y junto a las dieciséis palabras del principio: Un paseo por la montaña, una conversación con alguien querido, una oración y muy poco miedo.

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