Iba a coger un carro, pero no tenía monedas. Inmediatamente surgió en mí un odio descomunal a todo lo que me rodeaba. Tenía que regresar al coche a por una moneducha, qué tremendo drama. Finalmente no fue tan complicado, volví, la cogí e introduje una de cincuenta céntimos, no vaya a ser que se olvide. Así comencé la fascinante aventura de hacer la compra, tan apasionante como desesperante, tan repetitiva como ácida. Y tan peligrosa cuando el hambre empieza a sonar en las entrañas.
Vivir solo es el sueño del niño, sobre todo en los casos en que lo acorralan hermanos mentecatos o familias inestables. En la chavalada eran frecuentes esas conversaciones de «cuando yo me vaya de casa...». Imaginaciones húmedas que, por qué no, nos incluían a todos bajo el mismo techo simplemente disfrutando. Una visión idílica del futuro que siempre es mayor a edades tempranas. Todo será un edén. A medida que nuestra cabeza va creciendo se destapa la realidad como quitando ramas ásperas del camino. Pero qué bien se vivía cuando las preocupaciones eran escasas, la edad de la inocencia. Todo se veía más fácil e ilusorio, creíamos que queriendo, todo es poder; los peligros sólo se ven cuando ya ha llegado el castañazo.
Lo que no aparecía en el sueño efímero de futuro es tener que hacerse todo. Absolutamente todo. Se ignora esa posibilidad, pero como otros muchos elementos ajenos a la mentalidad de esos tiempos. Cuando la mente aún se está llenando sólo somos capaces de vernos a nosotros mismos. Uno podría imaginarse tirado en el sofá, sin explicaciones ni interrogatorios. Y eso pueden ser los primeros días, luego la ropa se va acaba. Y los tapers. Y los platos. Y los cubiertos. Y el frigorífico se vacía. Ese uno, se convierte en responsable de sí mismo y del lugar en el que ahora vive. Tendrá que cuadrarse todos los quehaceres para poder tener ropa para vestirse, comida al llegar e instrumentos para comerlo. Eres tú y nada más.
La soledad es tremendamente dolorosa cuando cubre todo tu ser. Hablo por experiencia. Cuando se empeña en acompañarte a todos lados como si de la sombra propia se tratara. Sentirla como parte constante de la vida y que tan sólo te deja libre en épocas determinadas. Terrorífico. Cuántos no habrá con la soledad como yugo que tenga usted a su lado. Pero no es algo estrictamente negativo si no persiste en el tiempo. De hecho a veces hasta es una necesidad, recomendable para algún que otro merluzo. Hay que saber estar solo, que hacer y cómo hacerse a sí mismo. Hay que pertenecer a la sociedad para tener una vida que sea tal, pero también hay que saber llevarse ajena a ella. La construcción personal se completa cuando estás tú, y solamente tú, para ti mismo.
Pueda parecer inicialmente que vivir sólo es una hazaña. Yo qué sé, tal vez lo sea para aquellos que aún tienen esa concepción que debería quedar lejana en años. Y me refiero al hecho, no al poder hacerlo. Personalmente fue sencillo, gradual gracias a esos veranos de pueblo en los que si quería disfrutarlos tenía que arreglármelas yo mismo. Y no hay mayor aprendizaje que forzarse a hacerlo. El método de prueba y error. La tortilla se te puede quemar a la primera, pero tal vez a la tercera o cuarta salga doradina. O a la décima. Eso sí, cuidado con la lavadora y la ropa de color. Puede que el tiempo libre sea considerablemente menor y las obligaciones cuantiosas, pero finalmente termina siendo como un síndrome de Estocolmo. Es tu nueva normalidad, tu nueva comodidad. Finalmente aunque haya que volver a por las monedas, hasta la compra tiene su atractivo.