Vivir y dejar vivir

En 1948, una maestra de escuela llamada Nely celebró por primera vez un homenaje a los progenitores. Fue un 19 de Marzo, día de San José. Más adelante, Galerías Preciados y El Corte Inglés, contribuyeron a asentar esa fecha para celebrar el día del padre.

Pues parece que es otra profesora la que ahora pone en tela de juicio esta fiesta. Alega que no todos los niños tienen papá, que hay muchos tipos de familias y que, para que nadie se sienta ofendido, debería llamarse día de la persona especial. Como si nunca hubiesen existido criaturas que carecían de figura paterna por diversas causas. Hijos de madres solteras o huérfanos, por ejemplo.

Pero más allá de si este cambio es correcto o no, me llama la atención la facilidad con la que se genera una polémica de grandes dimensiones. ¿De verdad no hay asuntos más graves que atender?, ¿acaso el año no tiene suficientes días para dedicar a otras modalidades familiares o integrarlas de algún modo?

Desde el principio de los tiempos, cada uno somos un mundo. Con o sin etiquetas, la diversidad ha vivido, vive y vivirá entre nosotros mientras habitemos sobre la faz de la tierra. Y es sano y natural.

Una cosa es exigir el respeto que todas las personas merecemos. Otra, esa hipersensibilidad exacerbada que se extiende como una plaga y que amenaza con acabar con el concepto de sana convivencia en la humanidad.

Llegamos a un punto en que cualquier detalle sin importancia ni mala intención, puede desencadenar un cataclismo. Mucha gente se empeña en crear conflictos y mantenerse siempre a la defensiva. Apenas queda nada que se pueda decir o hacer sin temor a que alguien se moleste.

Claro, para qué intentar buscar un hueco para todos, que lo hay, pudiendo pisotearnos los unos a los otros o librar una guerra continua. Con lo complicada que es la vida de por sí, ya son ganas de malgastar energía sin sentido.

Porque la mayoría de los problemas tienen una solución muy sencilla; se llama empatía y funciona, palabra.