Ante el ataque masivo de vocablos extranjeros que se incorporan al vocabulario de nuestra lengua con verdadero ímpetu y descaro y, adoptados por una legión de pseudo investigadores, los más por quedar bien y pasar por entendidos, el sistema los adopta , después los repiten los medios de comunicación de forma machacona diariamente, con el resultado de que la mayoría los usa sin saber lo que significan, incluso después en sus conversaciones como si se tratara de un diálogo de besugos hilarante.
En cualquier reunión profesional, tertulia radiofónica, fórum, evento festivo, congreso de cualquier clase y especialidad, usuarios de plataformas, cantantes, o cualquier manifestación actual del ser humano, da la impresión que la fábrica anglosajona tiene el monopolio de las palabras que definen los conceptos del pensamiento, filosofía, política, dinámica social, psicología de la emoción y la investigación. Todos ellos acuden al uso de conceptos que impacten en el ciudadano. Algunos se toman la molestia de conseguir su traducción o al menos lo que quieren decir, y después los estranguladores del idioma siempre les buscan la similitud o el sinónimo más rebuscado para darse el oportuno pavoneo en las charlas intrincadas de los ponentes raros y rebuscados que cada vez más tiñen el panorama social del ciudadano medio, llenando sus cabecitas de vocabulario extraño y de informaciones de tal categoría que lo más natural es que el oyente o lector tenga un ataque de ansiedad informativa.
Actualmente hay una palabra que retumba como un tambor de indios en el cerebro del sufrido ciudadano: resiliencia. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, resiliencia es una palabra que viene del latín resliens-tis, partic. pres. de resiliere, que significa, saltar hacia atrás, rebotar, replegarse. Y el inglés lo ha tomado bajo la forma repiense. Diríamos entonces que «resiliencia significaría que, ante una situación difícil, perturbadora, adversa, el ser humano trataría de adaptarse y cuando cesase el agente adverso trataría de volver a la situación de la que ha partido tratando de recuperarse».
Por lo tanto, sería mucho más adecuado decir: período de recuperación como se ha dicho siempre, es decir, recuperar o recuperación que incluye todo el proceso de observar las causas que han hecho posible un retroceso en nuestra vida, parar a resolverlo y posteriormente recuperar ese espacio que la depresión, la decepción o el fracaso han hecho que nuestra vida rebotara hacia un espacio oscuro no aconsejable.
Claro eso no vende, ni queda apropiado para que los «expertos» se luzcan ante las cámaras en sus largas peroratas que parecen clonadas, sea cual sea el experto que intervenga.
Animo a todos a realizar un ejercicio muy sano como es anotar diariamente las palabras que pronuncian periodistas, en radio y TV, periódicos, comerciantes, vendedores, jóvenes que adoptan un lenguaje de fabla enrevesada, que ni entre ellos ya se entienden, anuncios que nos abruman con fonéticas preocupantes, políticos redichos que se arrogan el derecho de quedar como patanes, porque ni ellos entienden los términos que trasladan al sufrido ciudadano que les oye, entrevistados que sueltan la palabreja sin saber muy bien lo que han expulsado, en fin una serie de palabros que debían ser pasados por el purificador de ozono lingüístico, para conservar el idioma que nos dieron de pequeñitos , que lo hemos respetado siempre y nos sentimos orgullosos de su conservación y ejecución práctica.
El idioma es algo que debemos preservar de malas influencias y enriquecerlo con palabras realmente poderosas que fortalezcan la expresión y el vocabulario. Sólo así nuestro idioma tomará el lugar que le corresponde, sin servilismos y antiguallas, casi siempre por los propios errores de sus practicantes y de aquellos de los que tienen el deber de velar por él, que se escandalizan sólo cuando los hechos se han consumado y el desastre ya se ha producido.