Muchas de las personas que estamos a este lado de las letras pisamos la Facultad de Comunicación o de Ciencias de la Información (Filosofía y Letras en mi caso) con altas dosis de miedo y, seguramente, con unas expectativas equivocadas. Perspectivas de futuro cultivadas en los últimos meses del curso escolar o de comentarios de aquellos que nos aseguraron que la universidad iba a ser la experiencia que necesitábamos para poder ganarnos la vida. Y qué decir de aquellas que tuvimos el ‘sambenito’ de comenzar una carrera para la que casi había que haber nacido con una grabadora debajo del brazo o haber sido bendecida bajo el sombrero seleccionador del mismísimo Kapuściński.
Siempre he vivido la ausencia de vocación como algo de lo que avergonzarme, así como he admirado a los compañeros que tuvieron claro desde el principio que su destino estaba ante las cámaras de la televisión o persiguiendo la noticia allende los mares. En mi defensa diré que mi ‘yo’ de trece años se creía Joaquín Luqui con las noticias que encontraba en la ‘SúperPop’ y que a esta que escribe siempre le gustó contar historias, pero de las de cerca.
Ahora bien, después de un tiempo juntando letras –mucho menos de lo que hubiera deseado, todo sea dicho– es indiscutible que algo de vocación hay que tener para seguir en la considerada como «profesión más bonita del mundo», que en la mayoría de ocasiones se ha convertido en la más denostada y, aún así, sobrevivir. Cuesta mucho menos ‘matar’ al mensajero, en lugar de al mensaje, y señalar al periodista hasta cuando el texto va escrito entre comillas. Ilusa, que pensabas que el signo de puntuación te servía para protegerte de cualquier comentario malintencionado, pero no contabas con la mala memoria del entrevistado o con su incontinencia verbal.
Y es que, estaría bien que el personaje supiera que puede equivocarse y arrepentirse, aunque en ocasiones le cueste admitirlo. Como es probable que lo haga el que está al otro lado del micrófono, que también es complicado tolerarlo. Sobre todo en una profesión en la que es sabido que la errata se va a mirar con lupa, que los datos no pueden manejarse a la ligera y que es importante cuidar las declaraciones que vierten los demás, porque no te pertenecen.
La vocación puede aparecer en el colegio, las ganas se cultivan en la facultad y la seguridad en una redacción que será como una fortificación que protegen los compañeros de mesa, de teclado y de grabadora. Grabadora que, por suerte, algunos sí que trajeron debajo del brazo.