Llegó a España Monsieur Sans-Délai a gestionar un asunto de herencias, prometiéndoselas muy felices, no por ingenuidad, si no porque traía perfectamente organizada su estancia en nuestro país y, para su mentalidad francesa, quince días bastaban para hacer las gestiones. Larra, al oír los planes del caballero, consiguió reprimir la risa, pero no la lástima por su optimismo. Claramente, Monsieur Sans-Délai desconocía los ritmos de los españoles en depende qué asuntos. «Permitidme que os convide a comer para el día en que llevéis quince días de estancia en Madrid.» Le dijo Larra al francés, con paladas de ironía en sus palabras. En realidad, quien hablaba era Fígaro, seudónimo que Mariano José de Larra usó en la revista ‘El Pobrecito hablador’, donde retrató de forma satírica, la pereza de la España de su época y la ineficacia de nuestro sistema burocrático, en el artículo ‘Vuelva usted mañana’. Pronto descubrió el francés lo que cuesta dar con el informe adecuado a este lado de la frontera, corregir un dato erróneo, llegar cuando el operario acaba de irse, o cuando aún no ha llegado ni hay garantías de que aparezca. Y en cada una de esas visitas infructuosas, oír el mantra «vuelva usted mañana» a modo de despedida, mientras el caballero francés languidece durante meses y se pregunta «qué día y a qué hora puede verse a un español».
Esta semana he descubierto lo que sintió Monsieur Sans-Délai y no es un sentimiento positivo. He entrado en esa mastodóntica administración de la que se habla, y comprobado la duplicidad de funciones en distintas oficinas que prácticamente hacen lo mismo, cambiando de tampón. Será el enfado, pero creo que la administración y su burocracia siguen cojeando de todas sus patas, es algo abusivo e inexpugnable y no se adapta al ritmo que se exige a los ciudadanos, pero no te queda otra que doblegarte a ella. Te exigen algo y después te ponen trabas para conseguirlo. Y ahora, con un cóctel humano y virtual sentados en la misma mesa, al ‘vuelva usted mañana’ hay que sumarle el «no puedo hacer nada, se cayó el sistema», que Larra no incluyó en su cuento por ausencia de tecnología. No se trata de criticar por criticar, pero tampoco ayuda el falso buenismo y callar para no ofender a nadie. La poca diligencia en asuntos administrativos sigue dando para muchos artículos. El cuento de renovar, agilizar y facilitar al ciudadano las gestiones, es agua de borrajas para regar geranios.
De poco sirve tener muchos organismos, infraestructuras e incluso tener suficientes funcionarios, que no es el caso, si después, hacer una gestión se convierte en una pesadilla, en un ir y venir de una oficina a otra, como correcaminos por túneles administrativos, acumulando papeles y más papeles en una carpeta. Así me he sentido esta semana, como un correcaminos. Aquí te dan un impreso que deben sellar otros. Te lo sellan aquí mismo. O allí. O vaya usted a saber. «No, vaya a Gerencia, seguro que es allí» «¿Quién le mandó venir aquí? Esto es cosa del INSS» «¿Aquí? Esto lo lleva Tesorería, allá en Reyes Leoneses…» El caso es que mañana tienes que volver, aunque ni ellos saben dónde, pero tienes que volver, por ser mañana y porque Larra lo dejó escrito así.
Y mientras esperas en una de tantas salas, observas con pena un sistema ineficaz y fracasado, no solo por el abuso de logística, sino también por el factor humano: el funcionario sentado sobre una silla vitalicia, que lleva un rato vacía. Pertenece al hombre que, cuando regresa de lo que fuera, tiene ante él a cuatro personas esperando ser atendidas. Se sienta sin asomo de prisa, se acomoda y cuando el primero de la fila se acerca a él y saluda, como respuesta lo envía con cajas destempladas al lugar donde estaba y todos oímos su «vienes cuando yo te llame». El chico obedece y sin haberle dado tiempo a llegar de nuevo a su lugar de espera, le llama y le hace retroceder sobre sus propios pasos, como un corderito humillado ante todos nosotros. Y continúas allí esperando, mirando compulsivamente la hora y a aquel hombre de la derecha, agazapado como una marmota gris tras la pantalla, sin hacer el más leve movimiento durante tanto tiempo que a uno se le viene a la cabeza la frase de Groucho Marx «O este hombre está muerto o a mí se me ha parado el reloj».
Dudo que fuesen estos operarios los responsables de que en 1833 Monsieur Sans-Délai regresase desesperado a su casa, con la herencia sin gestionar tras seis meses de espera, mil peripecias vividas y una pésima imagen de un país de gandules y perezosos. Porque así, como en broma y con una hipérbole cómica, esos son los piropos que Larra nos dedica en su artículo. Hoy me identifico con Monsieur Sans-Délai y me apetece ir a su encuentro, sacudiendo tantos ‘vuelva usted mañana’ que de llevarlos, pagaría sobrecargo. En el macuto, un junio doblado por la mitad, aunque Santa Benilde se queje. Y como equipaje de mano, un julio a estrenar y un informe diciendo que mi corazón está fuerte y al tratamiento, hay que sumarle un viaje.