Los pasados días 8 y 9 del presente mes, discurrió y bulló alegremente por las calles de la ciudad leonesa todo un sonar de voces acompañadas de instrumentos de cuerda y pandereta. Todo ello en la mano de aproximadamente seiscientos cuarentunos que, como la palabra indica, se trata de tunos ya «idosos» (o ya de edad, digámoslo en luso) en mayor parte universitarios de diferentes profesiones y venidos de distintas provincias de España, México y Portugal.
La actuación musical de los cuarentunos estaba arropada por esa vestimenta estricta de color negro, jubón, camisa, calzas de bombacho, zapatos negros, bicornio o bonete y la beca o embozo de capa, variante en su color de acuerdo a la facultad respectiva. Si su primera actuación discurrió, como queda dicho, por calles y plazas en alegre espectáculo nocturno, al día siguiente, ya en ámbito cerrado, actuaron en el Auditorio de Eras de Renueva, en dos sesiones, una matinal y otra vespertina.
Provenían los cuarentunos en representación de: Alicante (tuna femenina) Aragón, Asturias, Barcelona, Burgos, Córdoba, León, Linares, Melilla, Navarra, Santander y Santiago de Compostela, además de allegados mexicanos (Unam y Oaxaca) y portugueses (Viana do Castelo). Todos ellos —vaya por delante y dígase con vigor a su favor— sin exigir a cambio ningún dinero y cargados a su cuenta todos los gastos de manutención y de estancias hoteleras por las que estuvieron repartidos. Vinieron a sus expensas con el deseo de agradar pidiendo tan solo el oído y, si era menester, el aplauso, cosa que consiguieron con creces. Evidéncialo quien lo vivió y ahora hace público en este artículo. Me duelen todavía las palmas de las manos de tanto aplaudir por cada una de las actuaciones.
Para llevar a efecto esta memorable actuación, se ha contado con la colaboración tanto del Ayuntamiento de León como de la Universidad leonesa. Al final de todas las intervenciones musicales, la rectora del ente universitario, actuando como madrina del evento, hizo entrega de unos obsequios de reconocimiento, por su labor cultural y desinteresada en pro de la cultura y el patrimonio, a tres asociaciones de la capital: Activos y Felices, ProMonumenta y Manos Unidas.
La peculiar música cuarentuna de que pudimos disfrutar los asistentes es candidata a ser Patrimonio Inmaterial Mundial de la Unesco, por ser transmisora de alto valor cultural y respaldo de tradiciones únicas todavía muy vigentes.
Por acabar con un mínimo de historia, en sus orígenes las tunas aglutinaban a aquellos estudiantes que por su condición económica no podían costearse la estancia en las universidades, cantando, tocando y trovando por fondas y mesones para conseguir algo de dinero y un plato de sopa con la que mantenerse. Por esa razón se les conoce como «sopistas», y se decía que vivían de la «sopa boba». Para tales menesteres activaban guitarras y bandurrias, y cantaban coplas populares sirviéndose también de sus habilidades musicales para enamorar a las doncellas que pretendían. Entre otras hipótesis, para algunos el origen de las tunas se relaciona como continuadores de los goliardos, cierto tipo de clérigos o estudiantes pobres que proliferaron por Europa en el auge de la vida urbana y el surgimiento de las universidades en el siglo XIII. De ahí que esa actividad se designase con el tiempo en el verbo específico «tunar» o «correr la tuna», nada que ver con «tunante»: vagabundo, astuto, bribón, taimado, holgazán, pícaro, granuja… y mucho más en la misma dirección.