Y luego dicen que las matan», esta frase de película de terror escuché hace unos días a la salida de la biblioteca pública de Ponferrada. Allí estaban dos tipos cotorreando sobre algo que pone los pelos de punta, parados, a cualquiera que no sea una bestia parlante. En realidad, no me paré a escuchar nada más, ni siquiera me sentí con ánimo, me bastó con esta frase contundente, demoledora, brutal, que por lo demás me despertó la inquietud por querer reconstruir todo un universo, propio de los microcuentos de Tito Monterroso, un territorio no ficticio, sino tan real como la vida, donde la violencia de género se impone como una apisonadora, con unas consecuencias terribles para nuestra sociedad, el asesinato, a manos de sus machitos, de muchísimas mujeres, en un mundo donde la igualdad entre mujeres y hombres es sólo un mito, y el lenguaje sexista (como modo de pensamiento instaurado y aceptado incluso por la corte de académicos de la real lengua) es algo habitual.
«Y luego dicen que las matan» es un microrrelato en sí mismo, que encierra todo un mundo de barbarie, en el que la muerte por homicidio no debiera tener cabida, no por una cuestión religiosa o moral, sino por una razón puramente natural, porque atentar contra las mujeres, contra los seres humanos, es ir contra natura, contra la vida, y la vida es un bien preciado, único e irrepetible.
Sólo tenemos una vida. Y debemos disfrutarla. Ni siquiera los gatos ni las gatas tienen siete vidas, como se acostumbra a decir, sino una (casi siempre corta, al menos en mi barrio, en la parada de mis ensoñaciones, donde no hay gato que aguante porque a alguien le entusiasma envenenarlos). Cuánto hijo desalmado anda suelto por el mundo adelante.
Dicen ellas y decimos todos, al menos quienes estamos sensibilizados con el tema, con la vida en general, que no se puede matar a ninguna mujer por el hecho de ser tu mujer, tu novia, tu amante, tu pareja, porque no es tuya, no te pertenece (no le pertenece a nadie, en verdad), no es tu dominio ni tu posesión, algo que resulta difícil entender, visto lo visto, aunque supuestamente vivamos en una sociedad democrática y libre, que no lo es en absoluto, no nos engañemos, por más que intenten dorarnos la píldora y llevarnos al huerto, al de los olivos.
Acabo de estar en Marruecos, país islámico donde las mujeres siguen estando amarradas a la pata de la mesa o de la cama (aunque allí no quieran reconocerlo), mas siento que nuestro país de paisitos sigue prisionero de su machismo, y los hombres continúan matando a las mujeres, a sus mujeres (pues ellos creen que les pertenecen) con total naturalidad, sin aspavientos, a veces con total impunidad, como ocurriera en tiempos franquistas, donde las mujeres (cubiertas con velo y mantilla cual si fueran islámicas) estaban a expensas de los hombres (las solteras al servicio de sus padres o sus novios y las casadas esclavizadas a sus esposos).
Por tanto, pongamos freno a esta locura, comenzando por tomarnos en serio el lenguaje no sexista, la violencia de género, la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres... el concienciar a la población de que nadie, por ser hombre, puede cargarse a la mujer con quien comparte su vida o bien la mujer a la que dice querer.
Como datos espeluznantes, conviene recordar que 40 mujeres han sido asesinadas a manos de sus parejas o exparejas o novios despechados pero 80 fueron asesinadas por hombres ajenos a ellas, con los que no tenían ningún tipo de relación. Las mataron sólo por ser mujeres.
Y luego dicen que las matan
11/11/2015
Actualizado a
16/09/2019
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