Eppur si muove (y, sin embargo, se mueve) es la frase en italiano que supuestamente pronunció Galileo Galilei después de retractarse de la visión heliocéntrica del mundo ante el tribunal de la Santa Inquisición en 1633 para salvar su vida. Cuatro siglos después, los terraplanistas retoman el poder en países e instituciones públicas predicando teorías tan falsas, peligrosas e interesadas como aquellas. Los bulos, la desinformación, una sociedad alienada por el consumo fácil y desmedido, hastiada de la política y desafecta a ella, conforman el caldo de cultivo ideal en el que crece el negacionismo científico. La obstinación y la testarudez que acompañan normalmente a una ignorancia dirigida por quienes buscan el control de un pueblo muy encorajinado y poco pensante, hace que ni los muertos por COVID, ni los más de 220 de la Dana de Valencia, o los que mueren anualmente por patógenos emergentes o por las olas de calor, sean nunca suficientes para hacerles cambiar de opinión y pretenden quemar en la hoguera mediática o que mueran apestados en el estercolero de X, todos y todas las herederas de Galileo.
Son muchas y sin duda algunas bien documentadas, las opiniones publicadas que explican por qué un personaje como Donald Trump arrasó en las pasadas elecciones en los EE.UU. Las conozco, las he leído y meditado, unas me convencen más que otras, ninguna es capaz de hacer desaparecer el asombro e incredulidad que aún siento. El propio Donald Trump dijo que si disparara a la gente en la quinta avenida de Nueva York le seguirían votando igual, a partir del hecho de que ésta parece una afirmación cierta mi capacidad de análisis se bloquea y creo que quizás se debiera escribir más sobre la responsabilidad del votante en vez de justificar absolutamente al ciudadano que vota y que con su voto elige a quien le gobierna. Le podemos entender porque somos parte y sentimos ese hastío, esa política alejada de la sociedad que nos ha defraudado, pero la solución no puede ser el populismo mentiroso y embaucador porque ya deberíamos saber a donde nos lleva.
«Solo el pueblo salva al pueblo» recuerda demasiado a un dictador alemán responsable de los capítulos más terroríficos de nuestra historia, que alcanzó el poder con el apoyo de un pueblo enfervorecido y descerebrado que lejos de salvarse se sumió en un holocasuto de dimensiones pavorosas. ¿Puede el pueblo solo salvarse de una pandemia, actuar ante una catástrofe, o construir una infraestructura? Obviamente no, el pueblo paga impuestos (esos que muchos no quieren pagar) que financian los servicios públicos (esos que todos y todas piden y exigen cuando los necesitan que es siempre). Cuidado con las soflamas que asumís, pueden hacerse realidad. Seguro que hay quien tilde mi reflexión como exagerada y alarmista propia de una progre ecolojeta, pero que quieren que les diga, que un reconocido anti vacunas vaya a ser secretario de sanidad de la primera potencia económica mundial me inquieta, y que ese virus negacionista se extienda ya por Europa, porque legitima una agenda ultraderechista, tampoco me parece baladí.
En España es cierto que según la crisis que nos asole nos salen expertos como setas en otoño, deberíamos estar acostumbrados tras el gran número de epidemiólogos y virólogos que destapó la pandemia de la COVID, tantos como vulcanólogos en la erupción del volcán de La Palma, pero lo que no vi venir fue a los que culpan de las inundaciones de Valencia a la falsa destrucción de presas franquistas (todo es bueno para el convento, nunca mejor dicho) para seguir negando una emergencia climática evidente, reconocida hace años por la comunidad científica internacional. Que quienes ostentan la representación del pueblo en parlamentos y gobiernos avalen estas tesis es una irresponsabilidad que cuesta vidas, cuestionar a los científicos de una agencia estatal como es la AEMET, cuesta vidas y quien no lo vea es que tiene menos luces que el barco de un narcotraficante. Podemos seguir negando sin evidencias ni formación suficiente toda la ciencia que ha hecho que no muramos de una gripe, que se alargue nuestra esperanza de vida o que cada vez le ganemos más batallas a la muerte... Eppur si muove.