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Yo también quise ser papón

02/04/2024
 Actualizado a 02/04/2024
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Las procesiones, sin lugar a dudas, son las que más personal concitan, bien desde dentro de las mismas o desde las aceras a pie firme esperando la ansiada llegada de los primeros papones los cuales, al ritmo de los instrumentos que conforman las diferentes bandas o agrupaciones, hacen las delicias de mayores y pequeños, al mismo tiempo que amenizan la espera.

En este apartado quiero dejar patente la diversidad de criterios que circulan, mayoritariamente entre los más entregados a la tradición, cuestionando la autoría de la casi totalidad de las marchas que se interpretan desde hace unos cuantos años en León con la inconfundible firma andaluza.

Mucho han cambiado las cosas, cada uno que piense si para bien o para mal, pero yo no dejo de acordarme de, cuando del cuidado de nuestra madre, sentados en los bordillos esperando aquellos guardias civiles a caballo, y la mayoría con unos grandes bigotes dando cumplimiento a la orden que, sobre el uso de los mismos establecía al respecto, y que a nosotros nos imponían sobremanera.

Como tantas cosas que pasaban en esa España de la posguerra, el formar parte de una cofradía era como estar en un nivel superior entre los amigos del barrio.

No hay que olvidar la prohibición existente de asistir a espectáculos públicos, bailes, cines, salvo aquellas películas sobre la pasión de Cristo en blanco y negro, con un doblaje en mexicano que para qué voy a contar.

A lo que me quiero referir en el enunciado, es a lo de ser papón con una túnica y una vela (ahora casi no se ven encendidas), que se fueron sustituyendo por las de pilas y que en la actualidad es raro verlas llevar por los hermanos. Estas fechas tenían las dos caras, una, la buena, era porque tenías vacaciones, y la menos buena, era porque no podías disfrutar de las películas de cine o de oír música ligera en la radio.

Entonces las únicas bandas de música que se escuchaban eran las del ejército el Jueves y Viernes Santo, acompañando a una compañía de soldados que, con los fusiles a la funerala, marcaban el paso.

Pasado los años, y estando cumpliendo el servicio militar en la base aérea de La Virgen del Camino, supe lo que era estar desde las siete de la mañana escoltando un paso el día de Viernes Santo sin que ello supusiera esfuerzo alguno y, de esta forma, compensar el no haber sido papón desde pequeño, como lo son ahora mis descendientes.

Repito, cada uno que piense lo que quiera sobre las procesiones, pero en mi caso, como en el de la mayoría de los chicos de entonces, mantengo con satisfacción en el recuerdo el haber querido serlo y, de Santa Marta, que era, sin lugar a dudas, el que más me gustaba.

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