No me han insultado en Twitter; no le dediqué tiempo suficiente. Pero me he marchado, como tantos otros estos días. Y el motivo no es tanto esa posibilidad o que quien ofrece esos canales lo haga en su beneficio, ya sea por los datos con que comercia o para entrenamiento de la IA, etc. Tampoco que pertenezca a un tipo millonario con quien no simpatizaría. Eso es común y se sobreentendía. La cuestión es que ese millonario arrogante es Elon Musk. El Musk que pretende ser más que un empresario.
Los magnates de la empresa siempre han funcionado así: no tienen patria ni credo o si los tienen, por supuesto, son el dinero. La reunión de grandes empresarios alemanes en torno a la mesa del nazismo que retrata Vuillard en ‘El orden del día’ pone los pelos de punta porque son los mismos pelos un siglo después. Pero las reuniones de 1933 eran, como poco, discretas. Ya no sucede así. Cuando The Washington Post se abstiene de pedir el voto demócrata porque su acaudalado dueño teme represalias algo está fallando. Y más cuando el propietario de una enorme empresa mundial salta como un mono de feria en el escenario de los mitines de un neofascista que será (y fue) el próximo presidente del país más poderoso de mundo.
Trump ha colocado ya a un antivacunas al frente de Sanidad, quizás lo próximo sea un terraplanista en la Nasa, un integrista religioso en Educación o un partidario de la guerra atómica en Exteriores. Solo calientan. Se dice que Musk va a encargarse de reducir el gasto, otro de esos eufemismos como «ajuste de personal», «reforma de activos», etc. para despidos en masa, una de las aficiones del surafricano ultramillonario (ultra y millonario). Nada más comprar Twitter, sacó pecho por los groseros despidos que realizó para «sanearlo». También Trump obtuvo fama (y auxilio en una de sus quiebras) de aquel programa televisivo tan profético, ‘You’re fired’. Ahora todos hacemos fila para ser despedidos.
Se comentan mucho estas migraciones virtuales. Hay quien asegura que al viejo Twitter había que «venir llorado» o con la piel gruesa, como si fuera lógico asomarse a cualquier foro para ser agredido verbalmente o señalado para algo peor. Damos normalidad a ciertos comportamientos y ahí empieza el problema. «Ofendiditos», dicen, como si ofender fuera natural. Justificando cual cuñado la grosería y el escarnio, no ven razón suficiente para abandonar el sumidero donde se bracea a lo machote. Otros dicen que no gusta la red donde predomina otra ideología. Qué obviedad, ¿no le pasa a cualquiera? Son más motivos.
Pero está Elon. Cuando compró Twitter lo rebautizó como ‘X’, señal equívoca de que ignoraba qué iba a hacer con ella pues ahora parece claro que lo sabía. Entonces ya dieron ganas de abandonar ese lugar. Entiendo ahora imperioso irse de una empresa más de ese ‘magnate’ convertido en disparate político que quizás nos estalle en la cara. Por eso y por tantas otras razones: hasta nunca, Elon, you’re fired.