La palabra clave en Andalucía hubiera sido «generosidad», pero esta especia exótica como el clavo y la canela no existe en política. Susana Díaz ha confirmado todos los pronósticos: insolvente, ignorante, prepotente. Vamos, lo habitual en la casta dirigente.
La única solución en Andalucía para cerrar el paso al tridente de la derecha pasaba por la renuncia de Susana Díaz a seguir arrastrando al PSOE andaluz por el fango, pero la lozana andaluza ha preferido un gobierno que apunta maneras fascistas antes que reconocer su fracaso e irse a casa con dignidad (algo que debiera ser muy normal en política, como en la vida misma).
Un paso atrás de Susana Díaz habría sido condición necesaria, aunque no suficiente, para un gobierno transversal, democrático, que no dependiera del neofascismo, bastante más representativo del que se nos viene encima. Díaz tuvo en su mano un gesto de altura política que, incluso si hubiera sido estéril, habría marcado una referencia ética para los pactos postelectorales municipales, autonómicos, europeos y generales que se avecinan. La engreída expresidenta andaluza ha preferido morir matando.
Por lo demás, el terreno estaba estercado y algunos argumentos de PP y Ciudadanos, incluso de Vox, son irrebatibles: después de cuarenta años en el poder ininterrumpidamente, el PSOE andaluz había generado un régimen (¡tan duradero como el franquismo!), con una administración paralela y un sistema clientelar, corrupto hasta la médula. A partir de la próxima semana las capitales del sur estarán llenas de susanistas «cesantes», espectro decimonónico del que no acabamos de librarnos.
Para concluir el argumentario: el régimen socialista andaluz –así lo han llamado también desde Adelante Andalucía– cae por hartazgo y porque estaba podrido: algo falla en la sociedad, en la ley electoral o en la democracia cuando un solo partido se mantiene cuarenta años seguidos en el poder, y esto vale igual para el PSOE andaluz, para el PRI mexicano, para la Cuba castrista o para el sursum corda. Sin alternancia real, no hay democracia.
Sirve también para Castilla y León, donde gobierna la derecha desde 1978, el año de la Constitución: ochenta años sin solución de continuidad desde el franquismo, con un mínimo paréntesis de cuatro años (los mini-gobiernos de Demetrio Madrid y Constantino Nalda). Millones de votantes de Castilla y León no han conocido en su vida otra cosa que gobiernos del PP. Y no, amiguitos de Barrio Sésamo, no es democracia: es acarreo de votos, clientelismo, partidos dopados con dinero sucio, constructores manejando hilos, periódicos y televisiones prostituidas, ley del embudo electoral y corrupción, mucha corrupción.
La paja en el ojo ajeno que la derecha señala a gritos en Andalucía, es una viga en el ojo del PP y Ciudadanos, encarnada en la Junta de Castilla y León. Toda la corrupción que va a salir bajo las alfombras sevillanas a partir del día 16, es la misma podredumbre que aflorará de los felpudos vallisoletanos cuando caiga el régimen de PP y Ciudadanos.
Esta es la lección andaluza que aquí no se quiere escuchar o aprender. El cinismo no tiene límites: los mismos PP y Ciudadanos que llevaban años exigiendo el respeto a la lista más votada –repitan conmigo el mantra: «Debe gobernar la lista más votada»–, se acaban de aliar con el fascismo para formar una “coalición de perdedores”.
Pero al mismo tiempo, y el mismo día que apaña la presidencia de la Junta de Andalucía el PP con el 20% de los votos y el peor resultado de su historia, el señor Mañueco proclama que en Castilla y León sí «debe gobernar la lista más votada». ¡Siempre que en mayo la lista más votada sea la del PP, claro!
En otro caso, si Vox les recorta media docena de parlamentarios por la derecha y Ciudadanos otros pocos por la otra derecha, y si por azar fuera el PSOE de Luis Tudanca «la lista más votada», entonces Mañueco se la envaina, donde dije digo digo Diego, y luz verde a una nueva coalición de perdedores para seguir manteniendo el régimen otros cuatro años.
Y mientras la derecha acude a votar disciplinadamente –eso sí, sin meterse en política, como en los referéndums de Franco–, la izquierda crítica, lorquiana, revolucionaria, discutidora y cainita, sigue tocándose los huevos de la abstención, solo por ver pasar por delante de su puerta el cadáver de Susana. Otra importante lección desde Andalucía.
En resumen: el duopolio PSOE-PP tiene las horas contadas, igual en Sevilla que en Valladolid. La madrastra Susana fue la última en enterarse de que se había muerto Blancanieves. El popular Juan Vicente Herrera, sin embargo, hace tiempo que lo sabe y por eso se va antes de que lo echen, pero se va a regañadientes y sin elegancia. Hace mucho tiempo que el PP de Castilla y León está agotado y carece de proyecto, si es que alguna vez lo tuvo. Estos últimos cuatro años de Herrera están siendo una agonía penosa, un campo sembrado de minas y enredaderas, gürteles y villarejos.
El fin del corrupto régimen socialista andaluz debe anunciar el fin del corrupto régimen popular castellano-leonés, ambos igual de cansinos. La anomalía antidemocrática, inédita en la Unión Europea, de monopolizar el poder durante cuarenta años de prisión permanente revisable, después de otros cuarenta de dictadura perpetua, no puede continuar ni un minuto más, por pura higiene. ¡Arriba las ramas!
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