Por aldeas y bosques antiguos

El viajero entrará en Galicia junto al Sil y recorrerá aldeas y bosques antiguos

Alfonso Fernández Manso(Texto)/ Óscar F. Manso (Cartografía)/ Isidro Canóniga (Fotografía)
21/08/2017
 Actualizado a 10/09/2019
Mapa de situación y la Serra da Enciña da Lastra, en foto interior.
Mapa de situación y la Serra da Enciña da Lastra, en foto interior.
El viajero en esta etapa penetrará junto al Sil en Galicia atravesando la ‘Serra da Lastra’ y finalizará su viaje junto al profundo y largo túnel de Montefurado,realizado por los romanos para desviar las aguas del Sil hacia sus lavaderos de oro.

El Sil divide la ‘Serra da Lastra’ generando un cañón de fuertes pendientes. El estrecho de Covas constituye una experiencia estética inolvidable. La ‘Serra da Lastra’, además, contiene la mayor red de «palas» o cuevas de la cuenca del Sil y las mayores colonias de murciélagos en las cerca de doscientas simas y cuevas censadas. Si no fuera por el estrecho paso de Covas el viajero difícilmente se hubiera dado cuenta que había abandonado El Bierzo y había entrado en Valdeorras, la primera comarca gallega. Valdeorras y El Bierzo están, como diría Manuel Cuenya, hermanadas culturalmente desde tiempos auríferos por el río Sil. Sí, hermanadas por el sentir común de su paisanaje, por su meloso y pegadizo acento, por su riqueza paisajística y gastronómica, por su microclima, y aun por su riqueza pizarrera. No hay que olvidar que estas zonas que atraviesa el Sil pertenecieron en su día a la antigua provincia del Vierzo.

El Sil atrae en esta zona muchas y variadas aguas de las montañas y sierras del suroriente gallego como las del Courel o Peña Trevinca. Aguas que lavaron aldeas y bosques antiguos, aguas que también traen palabras como las que Uxío Novoneyra escribió al Sil desde las aldeas de la Serra do Courel: «O río ó ras, cheo de auga, é destino o paso flui flumen por onde foi xa o Sol tragado todo o ouro volto prata, gris raspado, en mil sarillos e aneis cruzados sumándose ó caudal da noite, tamén alto».

El viajero ha subido hasta el Castro para contemplar la belleza paisajística y monumental de Valdeorras dominada en estas zonas por un viñedo antiguo dominado por la Mencia y el Godello. Pero no puede dejar de pensar en las aldeas y bosques antiguos que se observan en los límites del paisaje. Leyendo el Arroyo de Reclus el viajero repara en el pasaje que habla del mito de las fuentes extrañas: «Se contaba que lejos, muy lejos, existían fuentes maravillosas, que reunían las virtudes de todas las demás fuentes. No sólo curaban los males sino que rejuvenecían y daban la inmortalidad. Fuentes que estarían en un paraíso terrestre, en medio de flores y verdura, bajo una primavera eterna». Quizá esas fuentes están perdidas en algunas de las Sierras que sedujeron a Uxío Novoneyra.

De todos los bosques antiguos de estas sierras el Viajero ha decidido visitar primero el Teixadal de Casaio (Carballeda). Después de una larga caminata y una visita pausada y contemplativa del lugar el viajero escribió: «El Teixadal es para mí una aldea de supervivientes. Quizá este bosque es una metáfora del último castro celta. Por lo menos a mí, sus firmes y serenos tejos, me recuerdan a esos valientes astures que prefirieron morir de pie bajo los efectos del veneno del tejo que vivir arrodillados ante el estado romano. Quizá el valor sea una cualidad moral que estos tejos puedan contagiar.

En la Tejeda pueden encontrarse los restos de una antigua cabaña que sirvió de refugio a los Maquis. Muchos siglos después de aquella gloriosa lucha antirromana los últimos hombres valientes del noroeste, impasibles ante la idea de libertad, encontraron aquí la morada recóndita desde la que resistir. Como a los tejos de Casaio, a los Maquis no les venció ni el frío, ni el hacha, ni la nieve abrasiva. No encontré lobos en la visita, pero seguro que éstos, junto a tejos y Maquis, celebraron aquí el último Concejo Abierto de nuestro país. Aquellos Concejos hoy extintos donde los espíritus libres decidían de forma soberana. Y es que en el Teixadal se respira el «aire de tejo», un alimento salvaje e indómito que paradójicamente nos hace verdaderamente humanos».

El viajero no paró de escribir en aquel inspirador espacio, aquella aldea natural: «Los tejos de Casaio son añosos, los más ancianos pueden llegar a los 400 años. No veo jóvenes, no encuentro nacimientos. Me doy cuenta ahora que nada tiene que ver el Teixadal con una aldea o un castro cuyo primer objetivo era precisamente la crianza, allí los jóvenes y niños serían mayoría.

El Teixadal sería más bien una comunidad de ancianos, sabios y sabias, que por momentos parecen meditar. Quizá esté en el último de los monasterios dúplices, constituidos conjuntamente por hombres y mujeres, que en la Alta Edad Media tuvieron relevancia en las riberas del Sil. El Teixadal recuerda a esos lugares de retiro y contemplación. Cada tejo me parece ahora un austero anacoreta que silenciosamente ha salido del tiempo. Cada tejo adquiere para mí las virtudes que aquellos extintos monjes atesoraban: austeridad, frugalidad, templanza y nobleza. Y es que estos tejos y tejas son como un antídoto contra el sinsentido de la actual condición humana. Las virtudes que connotan son una excelente refutación del hedonismo del burgués contemporáneo».

El viajero no puede abandonar este territorio sin visitar otro gran bosque antiguo, A Devesa da Rogueira (Folgoso do Courel). Una de las devesas que se asoman al valle del Sil en las laderas occidentales de la Serra do Courel. «Eiquí sempre foi bosque» cantó Uxío Novoneyra. Este bosque está considerado como el santuario europeo del longevo tejo y el acebo, dos especies arbóreas amenazadas y en franco retroceso por la presión del hombre. Especies que A Rogueira conviven con robles, hayas y arces. Otro inolvidable paseo entre árboles y fuentes maravillosas en las que el viajero se refrescó pensado que quizás fueran aquellas fuentes de las que hablaba Reclus, las que rejuvenecían y daba la inmortalidad. Es en estas Sierras de aldeas y bosques antiguos donde con mayor nitidez se puede comprobar que el mundo aldeano se muere, que está en los últimos estertores de su historia. Se puede constatar como el modelo económico neoliberal, asumido ya por todo nuestro Planeta, ha tenido como víctima principal a los aldeanos.

Al pasear por estas aldeas el Viajero recuerda como muy pocos intelectuales fueron capaces de descubrir y comprender los valores y la complejidad de la cultura aldeana y que fue en estas sierras donde Nicolás Tenorio escribió hace ya un siglo «La Aldea Gallega», su «estudio sobre Derecho Consuetudinario y Economía Popular».
Por casualidades del destino, el gaditano Tenorio, fue nombrado Juez de Primera Instancia e Instrucción del Partido Judicial de Viana do Bolo muy cerca de la provincia de León, y desde allí se adentró en la cultura aldeana del noroeste. Nuestro juez convivió y trató con los aldeanos, se trasladó a los lugares para participar en fiestas o faenas agrícolas. Así, al margen de las insidias y presiones del caciquismo local, fue capaz de entender lo remoto, profundo y oculto de la Aldea. Tenorio llega a descifrar la compleja organización del espacio y economía aldeana que rezuma sabiduría verdadera.

Entiende como allí se maximiza la vida y se minimizan los conflictos humanos. Una cultura que practica la autonomía por costumbre a través del Concejo, comunal y familiar.
Tenorio encuentra, finalmente, como en la aldea se conjugaron diariamente los verbos más hermosos: gestar, criar, cuidar, labrar, sembrar, habitar, nacer, adaptar y amar. Verbos que sirven para sobreponerse al mundo difícil y sufrido de las montañas.

Hoy, cien años después de la publicación del libro de Tenorio, el viajero relee y se refugia nostálgicamente en estas aldeas y bosques antiguos. Para terminar el periplo por estas aldeas y bosques antiguos del Gran Sil el viajero recurre de nuevo a las palabras que Uxío Novoneyra dedicara al Sil: «somos la orilla con todo el tiempo de mirarlo como si ni a él ni a nosotros aguardase el Océano. Y no lo viéramos perderse ahí a corto tramo y al caer la noche en ella desembocando».
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