19/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Pereza es poco. Todavía no me he recuperado de lo tedioso de forrar los libros de mi pequeña heredera y ahora esto. Hace unos meses un buen amigo ya me puso en preaviso pero no le quise creer. No me parecía posible que se atrevieran una vez más a protagonizar un vodevil o una tragicomedia, llámenlo como quieran, que tuviera como desenlace de la trama la nada más absoluta. Todo durante estos meses ha sido de cartón piedra, las reuniones, las fotografías, los mensajes… Todo, absolutamente todo, ha sido un juego pirotécnico de pésima calidad para hacernos ver a los ignorantes de la papeleta en mano que estaban pensando en todos cuando sólo pensaban y piensan en ellos.

Es paradójico que mientras que nosotros hemos perdido cinco meses, ellos los han ganado para su interés personal y partidista. ¿Tan difícil de entender es el mandato que les dimos los españoles el domingo 28 de abril? Soy consciente de los engranajes, algunos de ellos arcaicos, gracias a los cuales se mueven los partidos políticos y que están lubricados por el aceite de intereses personales y de las distintas facciones que se esconden detrás de unas mismas siglas, pero que hayamos llegado al ridículo supremo de tener que volver a las urnas el 10 de noviembre me ha dejado ojiplático.

Lo menos doloroso es el domingo en cuestión en el que vamos como dóciles ovejas al matadero de la democracia. Gracias al síndrome de Estocolmo que padece un gran porcentaje de la sociedad española, convocatoria tras convocatoria asumimos nuestro papel, no de actores secundarios, sino de extras de la gran serie ‘Fiesta democrática’. No nos engañemos, nosotros no somos los protagonistas. Somos elementos decorativos, necesarios eso sí, pero no pasamos de un mero atrezzo.

¿Nunca se han preguntado el motivo por el que las elecciones, en condiciones normales, se celebran cada cuatro años? No se crean las diferentes versiones oficiales al respecto, ya que la realmente verdadera es que se decidió este intervalo de tiempo por una recomendación de un equipo de psicólogos para evitar un suicidio colectivo o un éxodo masivo a territorios más benévolos con el intelecto humano. No quiero ser alarmista, pero si tenemos en cuenta que en los últimos cuatro años vamos a sufrir cuatro elecciones generales, quizás estén arriesgando mucho con nosotros las mentes pensantes del psiquiátrico en el que parece que se ha convertido el Congreso de los Diputados.

Puede gustar más o menos, pero lo que está claro es que el populacho hace unos meses decidió incorporar definitivamente a nuevos actores políticos. Se acabó eso de gobernar en mayoría absoluta o con el único, pero costoso, apoyo de nacionalistas. Las reglas del juego cambiaron, pero los cuatro jugadores de esta partida no lo han querido entender. Desde el 28 de abril lo único que han hecho es pensar en ellos mismos y en las necesidades, algunas veces cambiantes, de sus respectivas siglas. Esta es la única razón por la que tendremos que pasar de nuevo por el calvario de unas elecciones. El interés general y el bien común nunca han estado encima del tablero. Lo único que está claro es que los cuatro machos alfa que tenían que jugar a las matemáticas hasta conseguir una cifra que permitiera desatascar la situación actual no han sido capaces.

Es cierto que en ocasiones el entendimiento no es posible por diversos motivos, pero lo que es ilógico e insultante es que estas mismas personas sean las que tengan que resolver una ecuación similar a la actual a partir del 10 de noviembre. Los resultados de cada partido fluctuarán en sentido positivo y negativo, según el caso, pero salvo sorpresa mayúscula los mismos actores que nos han conducido a la repetición de las elecciones serán los que tendrán que dar solución a la nueva ecuación. Quizás sea un razonamiento demasiado infantil, ¿pero no hubiera sido más lógico que si cuatro personas no se ponen de acuerdo, éstas cambien para intentar que otras distintas consigan llegar a una solución? Hagan lo que hagan los Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias el día después de las nuevas elecciones ya están sentenciados para los anales de la historia. Si vuelven a ser incapaces de parir una investidura del color que sea, por vergüenza torera, si es que la tienen, deberían presentar su dimisión. Y si consiguen llegar a un acuerdo entonces tendrán que explicar qué ha cambiado para que en ese momento sí y ahora no y por qué han permitido que nuestro país haya estado en funciones durante cinco meses.

Y ahora viene la campaña electoral oficial, porque no nos equivoquemos, llevan ya haciendo campaña desde el día siguiente de la última cita electoral. ¡Qué pereza!
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