Ramón y las cosas

Bruno Marcos analiza la figura de Gómez de la Serna a propósito de la aparición del libro 'El alma de los objetos', una selección de textos de Rafael Cabañas Alamán y publicado por la editorial Eolas

Bruno Marcos
11/12/2019
 Actualizado a 13/12/2019
Ramón Gómez de la Serna en su estudio. | L.N.C.
Ramón Gómez de la Serna en su estudio. | L.N.C.
Ocupa Ramón Gómez de la Serna un sitio peculiar en nuestra historia de la literatura. Los manuales no saben si tomárselo en serio o en broma, si fue una anécdota en el panorama emergente del siglo XX o si creó algo realmente memorable: unos miles de greguerías que a veces deslumbran pero que pueden llegar a cansar, un sinfín de chispazos que se apagan al momento… ¿Era Ramón un escritor entero, serio? Como utilizaba el humor todas sus valoraciones se devalúan. En España la risa no cotiza en la bolsa literaria aunque sus más grandes escritores, Cervantes o Quevedo por ejemplo, fueran cómicos. Definió Ramón su invento principal, la greguería, como mezcla de poesía y humor.

Prácticamente todo lo que dibujó con palabras fueron imágenes, ingeniosas imágenes que, al revés que los surrealistas, transformaron lo cotidiano en insólito. Al igual que ellos usaba la metodología del encuentro inesperado de un paraguas con una máquina de coser en una mesa de autopsias. Esas mezclas espontáneas guiadas por una fina sensibilidad pasaban en su mente un poco después de grabarse los objetos en su retina. Las greguerías eran retinianas, duran lo mismo que las imágenes en la membrana visual, unos instantes; si las pasamos ante los ojos a una cadencia de 24 por segundo, como en el cine, tenemos vivo el mundo ramoniano, carente de ideas pero millonario de imágenes nuevas.

No se sabe si Gómez de la Serna fue un escritor o un artista, si realmente no fuera un artista visual que hacía imágenes con palabras, un formalista en todo caso. Esta confusión en torno a él lo margina, lo hace materia de lectura de quienes no pueden resucitar su figura plenamente y hacerla popular o canónica. Un libro que aparece ahora en la leonesa editorial Eolas quiere mitigar en parte esta reclusión. Se trata de 'El alma de los objetos', una selección de textos realizada por Rafael Cabañas Alamán que está incluida en la colección Narrativas de lo Insólito, dirigida por Natalia Álvarez Méndez y Ana Avello Verano.

Lo bueno de este volumen es que, como todo lo de Ramón, se puede abrir por cualquier sitio y disfrutar, aunque está estructurado en cuatro partes que van desde el optimismo vitalista hasta al alma de los objetos y la perspectiva de la muerte. Se han escogido pequeñas prosas y greguerías de diversos libros pertenecientes al periodo comprendido entre 1917 y 1956.

Hacer un libro de Gómez de la Serna en torno a los objetos es, en realidad, querer abordarle casi al completo, porque si consideramos las greguerías y 'El Rastro' sus obras cimeras vemos que ambas se cristalizan precisamente a través de ellos. Lo que hace el autor es algo más que darles una patada para que se muevan, como bien queda patente al leer este libro, les dota no sólo de cualidades inéditas sino que los anima, les da alma. Zapatos, violines, barajas de naipes, plumeros, faroles, hornacinas, raquetas, corbatas, escaleras, brújulas, cinturones, gafas, relojes, campanas, calcetines… aparecen tristes, soñando, viudos, guardando recuerdos, ahogados, sonriendo, pervirtiendo, llorando… siempre asociados líricamente a algo que trasciende lo real pero algo que reconocemos. "Entre el espejo y la madera de la puerta del armario de luna está el testamento de la vida". "El milagro del mármol se revela cuando aparecen los senos de la estatua".

Esta indeterminación respecto a la figura Gómez de la Serna es posible que se deba a lo que dice Umbral en su magnífico 'Ramón y las vanguardias', a que introduzca en la letras algo insólito: "La sensación, la revelación de que la literatura podía haber sido otra cosa, y no necesariamente el documento de que el hombre es desgraciado. Raro en la literatura europea y único en la española ese momento en que la literatura coincidió milagrosamente con la felicidad".

Por Bruno Marcos
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