Desde su fundación en 1937, el festival de verano de Roma se ha desarrollado en las
Termas de Caracalla, como reflejó
Bertolucci en el desenlace de su película
‘La luna’. Pero en 2020, después de que la pandemia obligase al cierre de todos los teatros europeos, solo la ópera de la ciudad italiana reabrió con un montaje específicamente concebido para las nuevas normas. Para respetar a rajatabla la distancia de seguridad –tanto entre espectadores como entre cantantes y músicos–, las funciones se trasladaron al
Circo Máximo, donde en el siglo V se celebraban las carreras de cuadrigas. El mayor estadio de la antigüedad, con capacidad para 200.000 espectadores. Su aforo se limitó a solamente
1.400 personas en julio de 2020. «Reiniciar la cultura significa reiniciar Italia», declaró la alcaldesa de Roma,
Virginia Raggi, en la rueda de prensa de presentación del proyecto. Con unas expectativas tan altas, había que elegir un título muy querido: qué mejor que
‘Rigoletto’ (1851), inicio de la época de madurez de
Giuseppe Verdi. Una trama realista, poblada de personajes tan marginales como profundamente humanos, y una partitura sublime, repleta de números memorables, como ‘La donna è mobile’, el cuarteto ‘Bella figlia dell’amore’ o la sobrecogedora ‘Cortigiani’.

Este jueves,
Cines Van Gogh retransmitirá la grabación del montaje de
Damiano Michieletto. El reconocido director veneciano superó toda suerte de dificultades; probablemente la mayor fue la dispersión del escenario. Por motivos sanitarios, los intérpretes no podían tocarse nunca, ni siquiera en los momentos más apasionados, y tenían que esparcirse a lo ancho de sus 1.500 metros. Así, la única forma de lograr tensión e intimidad fue mediante las proyecciones de vídeo, encargadas a la productora
Indigo Film, responsable de ‘La gran belleza’, de
Sorrentino. En la pantalla se muestran pensamientos, sueños, recuerdos y estados de ánimo de los personajes.
La acción se sitúa en la década de los 70, con coches clásicos y un vestuario propio de Las Vegas (lentejuelas, patillas a lo Elvis). El Duque de Mantua es un mafioso que lidera a una banda de gángsteres, una visión bastante certera del despreciable noble –mujeriego, corrupto, violento, cruel– del texto original de
Francesco Maria Piave, basado en ‘Le roi s’amuse’, tragedia de
Victor Hugo. En la corte, el tenor hace y deshace a placer, con la complicidad de Rigoletto, un bufón jorobado. Aquí lo encarna el barítono romano
Roberto Frontali (1958), en el mejor momento de su carrera. La joven
Rosa Feola (1986), de voz inmaculada, se corona como Gilda –hija secreta del compinche– en la ciudad que la ha visto crecer como cantante. Aunque la sorpresa más grata llega de la mano del peruano
Iván Ayón Rivas (1993), perfecto como el Duque. Apenas unos meses antes, en su debut en España con ‘L’elisir d’amore’ en Gran Canaria, la prensa lo comparó con su compatriota
Juan Diego Flórez por su bello timbre y su contagiosa energía.
No menos mérito hay que reconocerle a la batuta de
Daniele Gatti (1961). El milanés, ex titular de la Ópera de Zurich y el Concertgebow de Amsterdam, logró empaque, unidad y tensión de una orquesta mucho más separada de lo habitual, al aire libre. Al estreno, con entradas agotadas, asistió el presidente de la República.