Sajambre, el valle del agua

Marta Prieto Sarro, profesora, escritora, montañesa y montañera, nos conduce por unas tierras muy especiales dentro de ese paraíso que es Picos de Europa

Marta Prieto Sarro
19/08/2018
 Actualizado a 19/09/2019
Veagabaño (Soto de Sajambre). |JOSÉ ANTONIO DÍEZ ORDÁS
Veagabaño (Soto de Sajambre). |JOSÉ ANTONIO DÍEZ ORDÁS
Vuelvo a Sajambre el año del centenario. El del Parque Nacional de los Picos de Europa. Y me ronda, como casi siempre, el porqué de ese peculiar nombre sobre el que no hay ninguna certeza. Apenas la de que ya existía en el siglo XVI, pues aparece en la obra del italiano Lucio Marineo Sículo. La mayoría de explicaciones son absolutamente míticas. La más conocida lo vincula al rapto de Europa por parte de Zeus que la sedujo metamorfoseado en toro. Astur, rey de Creta, trasladaría posteriormente a Europa a Hispania, el punto más occidental del mundo por entonces conocido. Sin duda suena demasiado culto. Otra tradición quiere que recibieran el nombre de marineros que desde épocas remotas se habrían servido de ellos como punto de referencia en la navegación. A su favor aduce el sólido argumento de que estos picos están muy próximos al mar y son perfectamente  visibles desde las costas cántabras y asturianas. Algo que es efectivamente cierto siempre que las condiciones meteorológicas sean favorables, lo cual no es, en verdad, nada fácil. Es probable, sin embargo, que el nombre de Picos de Europa contenga en sí mismo algo de engaño. El historiador Eutimio Martino cree que su auténtica y primitiva denominación sería Picos de Uropa, tal y como al parecer se encuentra documentado en un Mapa de España, Portugal y sus provincias elaborado en el último tercio del siglo XVI que se custodia en el Monasterio de El Escorial. En ese caso, el topónimo estaría relacionado con el agua y sería indudablemente prerromano. Me gusta la hipótesis.

El valle de Sajambre nace en el puerto de Pontón, que yo alcanzo desde Riaño. La subida del puerto es suave y hermosa, con pastizales de montaña surcados por abundantes regatos en los que el ganado se halla en absoluta libertad. La vertiente sajambriega del puerto, sin embargo, mira al norte y en esencia es un continuo y espeso hayedo, en el que progresivamente se van abriendo prados de guadaña, hendido por la carretera que salva los 1.293 metros en que se sitúa el alto del puerto de Pontón y los apenas 745 en que se halla Oseja de Sajambre, capital del valle. Nace también en Pontón el río que da nombre y vida a todo este valle, el Sella, de la mezcla de aguas frías que brotan en Fuente Fonseya o Jonseya (la j es producto de la aspiración de la f, una característica lingüística que no hay que olvidar en esta tierra), la Fuente del Infierno o la de la Jaya (otra vez la aspiración). Su caudal se acrecienta poco a poco con los aportes de pequeños torrentes del deshielo que escurren por laderas y prados y también con corrientes de más envergadura: las del Zalambral, que baja del lugar de Pío, y del Agüera, que se incorpora al Sella desde Soto de Sajambre. En los pocos kilómetros que separan el Sella de sus fuentes, el río adquiere una potencia feroz que consigue horadar en su huida hacia el mar Cantábrico unas impresionantes hoces a las que se conoce como Desfiladero de los Beyos. Por ellas se escapa el río y también la carretera que se introduce en tierras asturianas con las que los sajambriegos tienen una relación antigua y sólida. Para describir el valle en su conjunto hace falta también poner nombre a montañas: la peña Beza y los picos Pozúa, Neón, Ten, Niajo. Sin embargo, siempre me ha parecido que la que define el valle, no es ninguna de esas sino la Pica Ten: su gallarda forma de punta afilada y su situación me hacen imaginarla siempre en vigilancia incesante y efectiva sobre la totalidad del valle.


No se entiende Sajambre sin el Sella y tal vez la razón sea que hasta el propio nombre de Sajambre lleva implícita la esencia del río. Así lo afirma Eutimio Martino, sajambriego ilustre, que ha pasado la vida peleando con los nombres y la historia. Fruto de la primera es la explicación etimológica del nombre de Sajambre que estaría formado por el nombre prerromano salia “corriente de agua” y el latino amnis “río”. Sajambre es, pues, una redundancia sonora de aguas múltiples que el autor zanja haciendo que Sajambre sea la fuente del Sella. Su pelea con la historia ha dado como fruto una lectura novedosa de las fuentes escritas que los historiadores y geógrafos antiguos nos legaron sobre la conquista romana de los pueblos cántabros y astures. De su interpretación cabe destacar que estoy el último reducto de los cántabros que allá por el 26 a.C., derrotados en Burón (cerca de Riaño), vinieron a esconderse de las ansias de dominación de Roma al abrigo del Mons Vindius, en el macizo occidental de los Picos de Europa.

Cinco son los pueblos, a los que hay que añadir el antiguo caserío de Covarcil,  entre los que las gentes de este valle se reparten. El primero, por situación e importancia, Oseja de Sajambre. Capital del valle y cabeza del municipio que los agrupa a todos, es un pueblo soleado situado en una ladera y en él confluyen gentes, carreteras, comercios y servicios. Es pueblo de buenas y sólidas casas de piedra con hermosas balconadas cuajadas de flores a cuya conservación ayuda el evidente microclima del valle, muy alejado de los rigores del invierno leonés. Abundan los portales que dan acceso al corral, construidos como peculiar e inaudita prolongación de los tejados de las propias viviendas, y los hórreos, elemento de arquitectura popular que, con variantes significativas, se extiende por todos los Picos de Europa. Tiene Oseja de Sajambre una espectacular iglesia parroquial que se divisa, sobre todo su torre rematada en cúpula semiesférica, prácticamente desde todo el valle. Sus formas revelan una cierta modernidad y es que fue reconstruida sobre la antigua a mediados del XIX costeada por los hermanos Juan e Ignacio Díaz Caneja, cuyas carreras corrieron paralelas: la del uno en la política, la del otro en religión. Y del siglo XVI, el de la peste, data la ermita de San Roque, situada en la parte alta del pueblo y rodeada de una frondosa nogaleda con historia.

No renuncio a acercarme a Pío y Vierdes por un camino que es, a pesar de las estrecheces y curvas, de una belleza inolvidable. Lo adornan pequeños prados inclinados costosamente segados y una variedad casi infinita de árboles (avellanos, fresnos, nogales, cerezos, castaños...). Vierdes es el pueblo más pequeño de todo el valle. Pío está en la ladera que riega el río Zalambral. Rodeado de enormes hayedos y robledales, su situación hace de él un pueblo soleado y delicioso de paisaje fascinante con un tejo o tesio centenario.  

Una carretera estrecha y sinuosa que vigilan las cabras desde los riscos me lleva a Soto de Sajambre. Me detengo en el mirador de Vistalegre para adivinar allá abajo a Ribota, pueblo pequeño, coqueto y frondoso atravesado por el Sella. Sé que tengo una querencia especial por Soto, y que a ella no es ajena el recuerdo imborrable de Valentín y Pedro Martino. Casas de piedra caliza con corredores volados de madera bien labrados (alcanzaron los sajambriegos prestigio y renombre en estos trabajos de la madera), cubiertas de teja, enormes portaladas, cuadras tradicionales y hórreos siguen siendo en Soto tan normal y natural como el rumor incesante de las aguas del río Agüera que atraviesa el pueblo de cabo a rabo. Voy a la fábrica de la luz. Paseo hasta la fuente y el lavadero acondicionados a expensas de Félix Martino, un hombre de Soto de Sajambre emigrado a Méjico que hizo fortuna. Una fortuna que permitió contar al pueblo con una fabulosa y avanzada escuela que echó a andar en 1906 con un maestro babiano de La Majúa: don Leonardo Barriada. La deuda de Soto de Sajambre con el hombre que les dejó su herencia en forma de cultura es impagable.

Muere aquí la carretera que traía, pero se abre la puerta al territorio del Mons Vindius. Tendrá que ser para otra ocasión porque veo que se me acaba el espacio, que no las ganas. Me parece justo cerrar el valle donde conviene. Así que vuelvo sobre mis pasos para seguir la carretera que continúa en incesante zigzag paralelo al río Sella hasta el caserío de Covarcil, en la embocadura del Desfiladero de los Beyos. Con él terminan los lugares poblados del valle de Sajambre aunque no las tierras de León que se prolongan por el desfiladero - «entalladura fantástica» al decir de Paul Labrouche - hasta el puente de Angoyo y que, sobre el túnel del Regaldín, cobijan la profundidad máxima de todo el recorrido: 123 metros.  
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