07/08/2022
 Actualizado a 07/08/2022
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Ni las tropas de Manzo ni las tropas de Napo pudieron con la devoción leonesa. De ello es prueba la Colegiata de San Isidoro, testigo de la evolución de la cristiandad en la Península, desde los gestos de la dinastías Astures y Leonesas hasta la consideración de basílica menor en 1942. Aunque los turistas que la visiten este verano seguro que se llevarán la idea de que ese recinto es fundamentalmente la víctima propiciatoria de un millón de intervenciones de los dioses arquitectos.

Culpa del resonar machacón de la perpetua reforma es que la visita comienza por la cámara ‘royal’ conectada a la Iglesia. Desde allí veía misa la reina Sancha, bien distanciada del pueblo llano (apócrifo sería afirmar si en camisón o ya acicalada) pero sin rodearse de estridencias decorativas, muy románica ella. Esa cámara pasó a ser sala capitular del futuro monasterio y en el Renacimiento fue pintada y bien pintada. Andando los siglos le quitaron las pinturas (cola, tela y tirón) y recientemente se las han vuelto a poner, restauradas con dinero europeo y técnicas menos invasivas.

Por su dilatada trayectoria como complejo monastérico, en San Isi se han acumulado muchos libros incunables, pero todos palidecen al lado de los corales de facistol, esos cantorales de gran formato que nos dejan liliputienses. Y mucha Biblia también hay en la biblioteca pero ningunas ‘Etimologías’ de San Isidoro a la vista. ¿Será porque su precio está a más de 300 euros en Casa del Libro y Amazon ahora mismo, en segunda mano y edición de la Biblioteca de Autores Cristianos? ¿Verdad o gazapo?

Verán también los visitantes la estancia dedicada en exclusiva al Santo Grial de Urraca y el museo con sus piezas escogidas: del gallo del siglo VII que vino de Granada con restos de abejinas dentro hasta el cofre que vino de Sevilla con los restos de Isidorín dentro. Todos esos tesoros están vigilados por los personajes caradetebeo que arden en la caldera de la pintura del Juicio Final del arco de entrada, el Prosegur medieval.

Y por último, la Capilla Sixtina del Románico, el panteón de los reyes. Sus frescos ya casi milenarios pintados por (entre otros) artesanos de la montaña leonesa velan la tumba (única incorrupta en el sitio) de Sancha, que parece que dice, suscrito por el clero secular que todavía reside, «joderos Almanzores y Napoleones, que yo viví aquí».
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