Zapico hijo espera en el patio de cuadrillas la llegada de su padre, Felipe Zapico, el torero, el protagonista del día. «No aparece. No creo que se haya dormido un día como hoy».
¿Cómo dormido? Ya está dentro, tengo miedo que haya sido el que abrió las puertas de la plaza, el día de su homenaje, después de tantas batallas, después de tirarse hasta como espontáneo para defender que no se cierre el coso... no va vestido de luces pero sí de torero, traje y sombrero, las lágrimas asomando, se dirige al centro y recibe los aplausos como si hubiera cortado el rabo. Se arrodilla, coge arena y se la lleva al corazón. La edad le embiste y da un traspiés, pero un día cono hoy a Zapico no lo tumba ni una cornada.
La ovación al veterano soñador, al torero los casi 90 años de su vida, es la más cerrada de la tarde. Cuando él se va comienza el paseíllo el que quiere ser el torero de León, El Fandi, que abre la tarde. Había llegado el primero a los exteriores de la plaza y entró el último. No niega ni un saludo, ni un beso, ni una sonrisa, mientras repite un gracias con voz de niño andaluz.
Al fin llega. Ya dentro no ceja la avalancha de amigos y, ahora sí, pide perdón pero les tiene que dejar para entrar en la capilla. También de allí sale el último. Primero se cuadra ante la Virgen del Camino y reza, después ante la imagen leonesa hace una tabla de ejercicios y ya sale.
La hora de la verdad. Le espera Altavoz, un Zalduendo de 454 kilos. Mejor dicho. Le espera Fandi a él, de rodillas. La plaza ya está entregada solo con verle de rodillas, crece la Ovación ante la serie sin levantar las rodillas. Ya de pie tira de variedad, su mejor arma de conquista, como le confesaba a mi maestro en asuntos taurinos Alfonso, de Redipollos.
Llega la segunda hora de la verdad, 19.08, el tercio de banderillas, donde Fandi sabe que tiene que llenar el depósito por si la faena se va apagando, que da síntomas de ello Altavoz. «Lleno por favor», dijo Fandi, y cuando en el tercer par citó desde las tablas para hacer el violín, la plaza juró que no se iría de vacío.
De nuevo la variedad ante el depósito que se le agotaba al toro, de rodillas, metiendo la cabeza entre sus cuernos, mimo para no agotarle y media estocada es suficiente. En el silencio de entrar a matar el grito de quien lo traía ensayado de casa: «¡que lo mate Pedro Sánchez!»
Una oreja y hasta piden la segunda con fuerza. El presidente aguanta. Una es media puerta grande. Ya vale.
Castella y Perera también tienen sus fieles, incluso se abre el debate, son los tiempos, hay que ser de alguien y muchas veces contra alguien. «Los toreros de verdad vienen ahora», me dice el vecino que le parece que tomé demasiadas notas con Fandi. Y remata: «Apunta. Sobriedad y temple, y menos pinturerismo». Y lo subrayo cada vez que me dice «¿has visto?».
Ciertamente la vi. Vi la sobriedad, el temple, las estampas, también la variedad, los «naturales», me insiste. Castella no tiene suerte a la hora de matar y se queda con una ovación. Perera coloca una estocada fulminante y el presidente saca pronto el pañuelo de una oreja pero la plaza le exige otra, que concede.
La puerta grande ya tiene un inquilino.
En el descanso para la segunda vuelta no cuaja mucho en intento de que le hagan coro a un grupo que llama hijoputa a quien ya imaginan.
- Vienen buen las dos orejas de Perera para picar a Fandi en su casa; insiste el fandista.
El toro, la verdad, no es como para tirar cohetes. Ante el caballo casi rehusa, a los adornos de Fandi responde a duras penas. Las banderillas son la solución, música, aplausos. El toro escarba, pero le arranca los tres pares espectáculo suyos, y fin de fiesta con violín, casi con sinfónica pues coge tres banderillas, primero toca el violín con una y después con dos. Posa la montera al brindar al público para que no haya mal fario y se arrodilla. Quiere la puerta grande. Más doctrina Alfonso, variedad y poco agobio para que no se agote el bicho, que da más síntomas de cansancio que un sprinter en el Tourmalet pero consigue llegar arriba. Gestos a la grada, especialmente a la zona de su peña de Gijón. Y a matar entre adornos. La oreja que abre la puerta está ahí. Hasta la bola. Todos fuera. Cae fulminado. Pañuelos que no cejan hasta que cae la segunda. «¿No me dirás que estas dos orejas don como las de Perera?».
- No señor, pero ya sabe, el campo para el que lo trabaja.
- Bien dicho. Porque dos orejas son de figura, las de Perera, y las otras dos de obrero, las de Fandi.
No me atrevo ni a rechistar.
Sebastián Castella tiene ante Becario, el quinto de la tarde y último suyo, la oportunidad de su marse a la fiesta. Y lo sabe. Brinda al público y comienza su faena de rodillas, que es como una forma de pedir al cielo (las gradas)piedad y ánimo. Pero se encontró con que ‘el obstáculo’ para el triunfo no iba a ser el público, entregado y generoso, sino un toro más soso que el ex ministro Ábalos en el pregón de un pueblo.
Hablando de ministros y allegados; aquellos insulto a Pedro Sánchez con alusión a su madre que no cuajaron en el tercero de la tarde sí encontraron eco entre más público en el espacio entre el quinto y el sexto, la última oportunidad para hacerse escuchar; y no la quisieron desaprovechar algunos.
Llega el sexto. Miguel Ángel Perera sabe que está ante la ocasión de ser ‘el torero’ de la tarde. Su primera faena seguramente permanece en la memoria de los tendidos y el pacense tiene al alcance de la mano los titulares del día.
Pierde, como sus compañeros, la oportunidad de brindarle un toro a Felipe Zapico, el patriarca, seguramente no imagina lo feliz que le haría y el defensor que iba a encontrar de por vida. Pero elige brindar al público; al que regala también unas primeras tandas de lujo y arte. Coge buen camino. El toro aguanta y colabora. Se le ve a gusto. «Suma quietud» me insiste mi vecino cuando liga una serie sin mover los pies del suelo para a continuación poner riesgo, arrimarse, asomarse a los pintones del último de la tarde.
¿La espada decide? Seguramente. Perera pide silencio. Hasta la bola, pero el toro aguanta y le obliga a dos descabellos y un tiempo de espera que, tal vez, enfría un poco al público. Las esperadas dos orejas se queda en una y, con ella, un empate entre el pacense y el granadino al que quieren adoptar los leoneses.
Hasta mis vecinos que parecían irreconciliables se miran como firmando el empate, aunque el pererista esperaba algo más y no se resiste a dejar una sentencia para el recuerdo:
- El campo para el que lo trabaja... sí, pero el arte para los artistas.
Dicho queda.
A ver si repiten esta tarde en el cierre de la feria con Rui Fernandes, Diego Ventura y Lea Vicens. Imagino por dónde pueden ir sus preferencias.
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