No hay dos historias iguales porque cada una empieza de una manera. En la Semana Santa tampoco hay dos papones iguales. Ni dos manolas. Aunque los cánones de la tradición y de cada cofradía imponen unas ciertas normas en la vestimenta, cada uno las adapta a sí mismo. Y cada uno tiene su historia, con comienzos diferentes que acaban convergiendo en estos días de Semana Santa. Entre quienes viven exprimiendo cada día Santo hay muchas mujeres que se ponen la peineta y se cubren con la mantilla. Enlutadas y sobrias, acompañan a las tallas en cada procesión. Las hay por centenares, pero en este caso son dos las que comparten su historia, que podría ser la de muchas otras. Aunque cada una con sus razones.
Las que llevaron a Merce Blanco a ‘ser manola’ en León fueron sus ganas de acompañar el paso del Nazareno cuando tenía 18 años. "Quería salir con el Nazareno y, por ser mujer, solo podía hacerlo si iba vestida de manola. Ahora ha pasado el tiempo y ya no salgo con el Nazareno, pero sí acompaño como manola al Santo Cristo de la Bienaventuranza en Jueves Santo y al del Desenclavo en Sábado Santo", cuenta Merce mientras extiende su mantilla sobre la mesa. "Fue un regalo de mi marido", incide, tras haber dejado atrás aquella primera con la que salió hace ya 17 años. "Ahorré hasta poder comprar todo lo que necesitaba para ser manola", recuerda. Conserva de aquellos ahorros la mantilla y el broche, entre otros de los complementos que se volverá a poner este sábado. De ponerle el broche se encarga su madre, que es quien que pone fin al "ritual" de su preparación. "El broche es la clave de todo, si va bien colocado, no se mueve nada y vas mucho más cómoda", explica.
A Isabel Luque el broche de la mantilla se lo coloca su abuela paterna, Toñi, que para eso fue de ella de quien heredó lo de ‘ser manola’. "Es muy especial ese momento en el que mi abuela me coloca el broche, me da el visto bueno y me voy a la procesión", dice Isabel, que no tiene palabras suficientes para expresar lo que siente en ese momento en el que su abuela la mira "con un brillo especial en los ojos". "Cuando hice la Confirmación, ella me regaló una mantilla. Salí por primera vez en el Viernes Santo de 2010 en la procesión de Los Pasos. Nunca pensé que me iba a gustar tanto y, desde entonces, he seguido siendo manola", relata Isabel. Espera durante todo el año a que llegue la Semana Santa y la vive con una intensidad que heredó de su padre y de su tío. "En la familia no hay una gran tradición de Semana Santa. Tanto yo como mis primas, que también salen de manolas y a quienes yo ayudo a prepararse, somos la segunda generación. Mi abuela sí que salió de manola alguna vez cuando yo era pequeña, pero fueron mi padre y mi tío Javi, que en paz descanse, quienes nos lo transmitieron", explica Isabel. Ella es papona desde los tres años, pero también bracera y, por supuesto, manola. Pertenece a la Cofradía del María del Dulce Nombre y también a la de Nuestra Señora de las Angustias y Soledad. De manola sale en Lunes Santo con el Nazareno y en Viernes Santo, acompañando al paso del Expolio durante la procesión de Los Pasos. En él arriman el hombre su padre y su hermano, con que es un momento que vive con especial intensidad por la implicación familiar. Pero en sí la Semana Santa, más allá de ser manola o de ser papona una vez al año, para Isabel es también el encuentro con sus hermanos de cofradías. "Es una semana de diez días que vivo con intensidad porque para mí la Semana Santa lo es todo", reconoce.
Pero ‘ser manola’ no es fácil. Tanto Isabel como Merce, que también es bracera, aseguran que «es lo más difícil». Además de la preparación previa, que lleva su tiempo si se quiere salir bien, hay más complicaciones. «Como manola te afecta mucho más frío, el calor y la lluvia. Requiere de mucho esfuerzo por los tacones y la mantilla», afirman ambas por separado, pero coincidiendo en que no es fácil. «La espalda se resiente y es duro», dicen.
En el caso de Merce no hay tradición familiar de participar activamente en la Semana Santa. "Yo de pequeña veía las procesiones y pensaba que quería estar en ellas. Mis padres se quedaban a verlas en un lugar fijo pero yo quería ir otra vez al encuentro de los pasos para verlos de nuevo en otro sitio. Me gustaba mucho. Después, cuando fui creciendo conseguí participar y lo hice por primera vez a los 14 años", cuenta orgullosa de haberlo conseguido. Pocos años después experimentaría lo que es ‘ser manola’. Y sigue con ello. Lo hace como hermana de las Bienaventuranzas y también del Desenclavo, mientras que de bracera sale con su tercera cofradía, la de Angustias. Para Merce, ‘ser manola’ es "acompañar al paso correspondiente con devoción, recogimiento y que signifique algo, que te llene por dentro. Es difícil de describir. Es un momento en el que te acuerdas de los que ya no están, pero también es momento de pedir y de dar gracias. No sé, es difícil. Es mucho sentimiento y hay que vivirlo. La música también te acompaña y hace su función en ese momento tan especial". Al hablar de lo que es ‘ser manola’, Merce no puede por menos que hablar del papel "tan importante" que tiene la mujer en la Semana Santa de León. "La mujer lo es todo y es el futuro de las cofradías guste más o guste menos. Ellas arrastran a los niños y niñas y ellos, sin duda, son el futuro de la Semana Santa", afirma con rotundidad, consciente de que debe continuar la "evolución hacia la igualdad en hermandades, en cofradías y en todo". Estos días, tanto Merce como Isabel volverán a vestirse de manolas, porque serlo es cosa de todo el año. También coinciden las dos: "Es un sentimiento".
'Ser manola' en León
Merce Blanco empezó de manola porque quería ir con el Nazareno, Isabel Luque porque su abuela le regaló una mantilla
14/04/2022
Actualizado a
14/04/2022
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