En el último libro del poeta Antonio Manilla (León, 1967), titulado ‘Suavemente ribera’ (Premio Generación del 27, Ed. Visor) hay un poema que me ha recordado este de Caerio-Pessoa: «He visto cuanto es bello / a juicio de los hombres en la tierra y existen cosas que a mi pueblo igualan, / más nada lo supera». Lo que hacen aquí estos poetas no es decirnos algo absurdo, que su río o su pueblo sean realmente más bellos que las cosas más bellas del mundo, sino que la belleza es para ellos algo subjetivo, soldado a la memoria, a las experiencias y al territorio.

En sus primeros poemarios recordaba a los provincialistas, que a principios del siglo XX practicaban el prosaísmo sentimental frente a los excesos retóricos del modernismo, pero en el que ahora aparece se ha esencializado su voz, paseando bajo balcones de oscuras golondrinas Bécquer se ha alejado a las afueras y se ha encontrado con Machado, que salía por los caminos de la tarde.
Aquí ya casi todo es paisaje, la tristeza anterior de las calles sombrías en las que latían los recuerdos da paso a la observación del campo abandonado, del mundo rural perdido, despoblado, subtitula un poema ‘demotanasia’. El subjetivismo cede sitio a una mirada más objetiva y, aunque esta sigue siendo elegíaca en su mayor parte, sucumbe finalmente a la pura contemplación de la naturaleza como algo vivo en el tiempo. ‘Suavemente ribera’ es un deseo de ser naturaleza: «dejadme ser, / sin que nadie lo advierta, / a vuestro lado / aire de otoño, / desmoronada peña, / árbol de orilla: / suavemente ribera / mientras el tiempo pasa».