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Siempre hubo razas

05/07/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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El periodismo, si se hace bien, es una profesión fría que debería responder al anuncio de Ernest Shackleton cuando pedía voluntarios para su expedición antártica: «Se buscan hombres para peligroso viaje. Salario reducido. Fríos penetrantes. Largos meses de completa oscuridad. Constante peligro. Dudoso regreso sano y salvo. Honor y reconocimiento en caso de éxito». Pero ya no queda de ese periodismo igual que ya no quedan aventuras de aquellas. Hace tiempo que los medios de comunicación dejamos de contar lo que pasa para contar lo que todos ven. Eso sí, perfectamente etiquetado de ideología partidista que ahora llamamos línea editorial para las cabeceras y carnet para los periodistas. Es ese complejo equilibrio de credenciales que cubre las redacciones y completa las sillas de las tertulias. La era de la dependencia política, empresarial, económica... como forma de subsistencia de la prensa frente a la tradicional independencia crítica que justificaba su existencia. El decretazo de Pedro Sánchez para enmendar el dedazo del PP en RTVE ha vuelto a poner de relieve esta enfermedad de nuestro periodismo. «Si la fama te precede, no hace falta que vayas», afirma Rodrigo Cortés en una de sus ingeniosas breverías. Y así les está sucediendo a cada uno de los candidatos propuestos. Importantes trayectorias profesionales que vienen precedidas de la sospecha de ser compromisarios de una u otra causa política. Es posible que el periodismo se haya rebozado tanto en el pecado del poder que no permita llevar nunca la ropa limpia.

Frente a ese periodismo compromisario deberíamos reivindicar la vuelta del periodismo comprometido, de raza. No hace mucho se ha publicado ‘Albert Camus, periodista’ que repasa su trayectoria en diarios como Alger Republicaín, Le Soir–Républicain y el clandestino Combat en una época marcada por las censuras, las presiones y el control del Gobierno a la prensa (hay cosas que nunca cambian, aunque ahora mudemos las censuras por autocensuras). Una lectura necesaria para comprender la talla ética de Camus y su obsesión (que debería ser la de cualquier periodista) por situarse siempre del lado más débil e indefenso. «En un mundo donde la miseria y lo absurdo hacen perder a tantos seres la cualidad de hombres, el salvar uno solo equivale a salvarse a uno mismo y , con uno mismo, un poco del futuro humano que todos esperamos», escribió en una de las crónicas de su primera gran batalla conocida como ‘Caso Hodent’ en el que hace causa de todo su periódico el encarcelamiento de un funcionario acusado de malversar fondos en la venta de trigo, cuando en realidad protegía a los cultivadores del sistema de corrupción instaurado en Argelia por los grandes colonos terratenientes. Camus azuza durante meses a políticos, a jueces y a través de un concienzudo periodismo de investigación cambia con pruebas la opinión pública. Hodent es finalmente declarado inocente.

Aquel era otro periodismo y también otro tiempo, tampoco seamos ingenuos. Pero sería bueno rescatar la pureza de una profesión que era capaz de relatar la realidad con la crudeza de la que solo la realidad es posible. Sin edulcorantes que protejan intereses ni paternalismos para el exceso de sensibilidades. Para que haya periodistas valientes hacen falta medios valientes. Ahora se buscan Shakleton, aunque nos encaminen a sobrevivir otro fracaso antártico. «No diga: eso no me concierne», interpelaba Camus al lector en uno de los editoriales de Combat. Seguro que lo escribió con las manos de hielo, con el soplido gélido en la nuca de las palabras llamadas a mover conciencias. Con el valor aterrador que solo da el compromiso. Nunca llegué a sentir ese frío.
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