Violeta Serrano: "Creo que se ha trabajado poco la memoria histórica en este país"

Presenta en la tarde de este sábado (19 horas) en el Casino de Astorga ‘Flores en la basura’, un ensayo sobre una generación confundida que en realidad es la suya... aunque ella no lo esté precisamente

David Rubio
30/04/2022
 Actualizado a 30/04/2022
La escritora astorgana Violeta Serrano. | ALEJANDRA LÓPEZ
La escritora astorgana Violeta Serrano. | ALEJANDRA LÓPEZ
Vuelve a su ciudad, Astorga, para presentar esta tarde (19 horas en el Casino) su libro más reciente, ‘Flores en la basura’ (editorial Ariel), un ensayo lúcido sobre un generación a la que las promesas se le convirtieron en frustración, una generación que nació con libertades heredadas y a veces no todo lo valoradas que merecen.

– Con ‘Flores en la basura’ vuelve usted al género del ensayo. ¿Le interesa más que la novela? ¿Es una cuestión del mejor lenguaje para cada idea o es que prefiere exponer más claramente sus reflexiones que buscarles metáforas o adornos literarios?  
– No he dejado de escribir narrativa en todo este tiempo. Entre otras cosas, una novela que toma la investigación de mis libros de ensayo como base para crear un mundo ficcional. Ya está lista y en busca de editorial, así que espero que pueda ver la luz pronto. Todas mis novelas, todos mis trabajos, son políticos. Creo que la literatura es una herramienta muy potente para marcar límites y eso es súper necesario en el momento histórico en el que estamos.

– ¿Se podría definir su libro como un «ensayo generacional autobiográfico»?
– Si es necesario definirlo, sí. Tomo mi experiencia personal como punto de partida para reflexionar sobre un problema global como es el de los jóvenes que atraviesan un cambio de época, no sólo en España. Lo que quería era retratar a una generación que no se comprende desde otras. Muchos dicen que nos quejamos de vicio y no entienden lo que nos pasa. Al mismo tiempo, quería que fuese un revulsivo para mis propios compañeros de generación: basta de nostalgia, el presente es lo único que tenemos y estamos más que capacitados para salir adelante con una base muy buena, además. Porque llevamos más de 40 años de estabilidad democrática y eso, si asumimos que no es natural, sino un derecho conquistado que hay que preservar, es un gran punto de partida para cambiar las cosas, sí, pero dentro de un marco de entendimiento y sosiego.
 
– ¿Cree que es el hecho de haber nacido con una libertad heredada en lugar de con la necesidad de conquistarla lo que más condiciona a toda su generación?
– Sí. Creo que se ha trabajado poco la memoria histórica en este país y eso es un problema que ahora estamos viendo en las urnas. Nosotros no tuvimos que pelear en la Guerra Civil ni enfrentarnos a la dictadura de Franco. Cuando nacimos, la democracia ya era normalidad, y la verdad es que es un tesoro tan difícil de lograr que deberíamos preocuparnos cada día por luchar por nuestros derechos sin olvidar nuestras obligaciones. Vale esto para todas las partes que conforman una sociedad: representantes y representados. Lo único a lo que todos podemos acceder, independientemente de nuestra clase social, es al voto. No dejemos que algunos traten de meternos el discurso de la antipolítica en un momento de tanta desesperación. Porque es cierto que muchos no llegan a fin de mes, ni a fin de semana siquiera, pero eso no lo va a solucionar la extrema derecha. Lo soluciona volver a los consensos para generar una nueva estructura en la que desarrollar nuestro presente y nuestro futuro: todo ha cambiado. El Estado también debe innovar. Y sus ciudadanos.    

– En lugares como León, de donde usted procede, los padres empujaron a sus hijos a irse porque durante años, consciente o inconscientemente, se asociaba salir de aquí con triunfar y quedarse con fracasar. ¿Ha cambiado ya esa mentalidad? ¿O para ello tiene que generalizarse aún más la precarización laboral?
  – Creo que es una mentalidad muy arraigada y tardará por tanto en modificarse. De todos modos a mí me parece excelente salir a buscarse la vida fuera de casa, siempre y cuando no huyamos, claro. Nuestra tierra, como muchas otras de eso que Sergio del Molino llamó la España vacía, puede ser también un lugar de oportunidades y bienestar si cambiamos nuestro deseo de raíz. Nos habían educado para tener un trabajo importante en una gran ciudad  porque lo contrario era fracasar pero es que eso no existe para la gran mayoría de la población. La mayoría son trabajadores pobres que sufren frustración y desencanto porque por mucho que pedalean no llegan a ningún lugar. Bueno, resulta que fuera de esos paraísos idealizados hay un mundo real y hermoso: el de nuestra tierra, por ejemplo, que con la infraestructura que España tiene, puede crecer con el empuje de los jóvenes que están preocupados por tener una calidad de vida digna, por desarrollarse y por contribuir a un sistema más ecológico. Engrosar los grandes núcleos urbanos va en contra de esa lógica y además es inasumible para nuestros ingresos. Conviene aceptarlo cuanto antes y descomprimir. Quienes puedan y quieran teletrabajar, que se vayan. Y así, poco a poco, la necesidad de generar nuevos servicios volverá a equilibrarse entre centro y periferia. Hay países que no pueden hacer esto pero no es el caso de España: tenemos mucho ganado, sólo es necesario ser audaces y saltar. Si estás esperando el fin de semana largo para huir de Madrid para volver a tu pueblo, a lo mejor es que no quieres vivir en Madrid, ¿no? Pero no te lo puedes creer. Bueno, es tiempo de cambiar ese mandato y preguntarnos realmente qué es lo que queremos y qué deseamos para nuestros hijos, si los queremos tener y educar en un entorno amable o en una jungla urbana.    
 
– ¿Es esa la misma pregunta que qué tiene pasar que, como dice en su libro, todos asumamos que debemos redefinir el concepto riqueza y valorar más el tiempo, la distancia o lo que cada uno considere?
– Por supuesto cada persona tiene sus preferencias, sólo faltaría. Ahora bien, en el libro sí apunto a que volvamos a reflexionar sobre qué sentimos en la pandemia, cuando tuvimos que parar obligadamente y enfrentarnos a nuestra vida real, sin entretenimiento alguno, a la dureza del espejo, a nosotros mismos. ¿Lo importante entonces no era tu familia, tus amigos, saber que estaban bien, compartir una comida, abrazarse? Por mucho que nos hayan querido definir como sujetos de consumo la verdad es que somos simplemente humanos y, por tanto, necesitamos a los demás. Es lo único que precisamos, de hecho, para ser felices realmente. Nos pueden quitar todo menos eso. Cultivarse entonces en cosas que hasta ahora parecían inútiles puede ser un cambio de paradigma revolucionario: no estás nunca solo si tienes un libro. Y digo un libro, no una serie: no hablo de entretenimiento, hablo de creación y de desarrollo del pensamiento propio, que eso es lo que los buenos libros consiguen.  

– ¿Tiene la sensación de que durante años se intentó generar espíritu crítico entre los jóvenes y ahora parece que eso incordia a una parte de la sociedad?
– Creo que nos falta, de hecho, tener un espíritu crítico más potente. Durante mucho tiempo, cuando todo iba relativamente bien, a nadie le importaban ciertas cosas que ahora no sólo nos molestan sino que nos impiden tener un futuro. Por ejemplo, a pocos les importó que se instalase el plan de Bolonia y recuerdo a muchos de mis compañeros enfadados porque algunos sí hacíamos huelga para intentar impedir que subieran las tasas y nos obligasen a cursar un máster sí o sí. A pocos les importó también tener unos sindicatos potentes y, sin embargo, cuando la crisis de 2008 devastó a muchos trabajadores, se acordaron de que sería bueno estar unidos. A pocos les importó que el sistema sanitario excelente que tenemos en España tenga unos recursos humanos cada vez peor pagados, sin embargo, cuando la pandemia nos recordó lo fácil que es morir, aplaudimos a los héroes. Y es que no son héroes, son humanos que merecen un sueldo digno: igual que todos los demás. Un sueldo digno también tiene que ver con qué poder adquisitivo tenemos. Si en las ciudades ya no hay forma de alquilar un piso a un precio asumible, entonces tenemos un problema general de vivienda que, ojo, es un derecho constitucional. ¿Qué pasa entonces? Tenemos que revisar, de nuevo, el papel del Estado y no tener miedo a implantar políticas en favor de lo común y del bien público. La mayoría necesitamos los servicios públicos por eso estaría bien dejar de hablar mal de los impuestos y empezar a denominarlos contribución y que efectivamente se usen para eso, para mejorar lo público tan necesario para las clases medias y bajas. Y ser tajantes, ahí sí, con la corrupción y con quienes se meten pa la saca sumas indigestas de dinero y creen, además, que es algo normal porque viven en un mundo paralelo. Este es el gran problema de nuestro tiempo: la desigualdad y la incomunicación entre distintas esferas de nuestras sociedades. Y eso, si seguimos sin corregirlo, generará monstruos, como ya están asomando. Lo acabamos de ver en Castilla y León y si no los desenmascaramos, seguirán adelante, por supuesto.  

– El feminismo ha protagonizado una de las grandes revoluciones sociales de los últimos años. Muchas veces, al feminismo sólo le ha quedado la opción de ser radical para poder avanzar. En tu libro dices que, a veces, esa radicalidad produce efectos adversos. ¿Ha llegado el momento de que el feminismo afronte otra etapa, una nueva forma de avanzar?  
– Creo que hay que ser riguroso y tajante pero también inteligente. Es decir, si estamos en un mundo polarizado en el que vivimos en burbujas en las que cada cual se mueve en un ambiente donde todos piensan igual que él o ella, entonces cuando sale de ahí y trata de hablar con alguien que no piensa lo mismo se lleva una gran sorpresa. Bien. Eso es algo que ha provocado el uso masivo de las redes sociales y su entrada en el marco de la comunicación política. Debemos promover liderazgos transversales que no confronten sino que traten de escuchar al otro para avanzar en su favor. Eso deberían hacer todos los que busquen defender sus causas porque si dices que sólo lo mío es lo que vale, entonces lo normal en un momento de crispación como el actual es que haya una reacción adversa. Sobre todo, en el caso del feminismo, porque es muy cómodo tenernos a las mujeres a cargo de la casa, de la familia y además trayendo dinero a casa, si es posible. La extrema derecha defiende que nuestros derechos como mujeres se diluyan y eso es algo que no van a conseguir porque el movimiento feminista es transnacional y ya ha pasado de unas generaciones a otras. No va a ser tan fácil derribarlo. Creo que incluso las mujeres que están dentro de esas siglas que prefiero no nombrar no son conscientes de lo que realmente están defendiendo. Las feministas no queremos ni de lejos destruir el concepto de familia, al contrario, queremos que todas las partes se involucren en ese núcleo. El otro día Julia Otero dijo algo hermoso en este sentido: cuando una mujer avanza, ningún hombre retrocede. Eso es justamente algo de lo que también hablo en el libro. No tengamos miedo, seamos nuevas tejedoras insumisas, seamos líderes de este cambio que necesitamos sin dejar a nadie atrás. Los hombres, como las mujeres, pueden y deber ser feministas y convertirse así, en más poderosos, de hecho, y no al revés. En fin, las fotos de macho cabrío que están inundando ciertas campañas políticas dan una mezcla de pena y vergüenza que, sin embargo, funcionan en lugares donde el olvido se ha incrustado. Eso es lo que debemos cambiar y, fíjate, nuestra tierra se ha convertido en un campo de batalla para eso.

– ¿Por qué fue en Argentina donde usted descubrió la importancia de defender las instituciones del Estado? ¿Tanto cambia la forma de pensar el hecho de que el voto sea obligatorio? ¿O se debe más bien a la perspectiva que aporta la madurez?  
– Porque en Latinoamérica, muchas veces, aunque haya instituciones excelentes (pienso, por ejemplo, en la Universidad de Buenos Aires -UBA-) no hay recursos para mantenerlas con dignidad. Yo tuve la suerte de estudiar en una universidad pública, la Autónoma de Barcelona, con una infraestructura apabullante. Irme de España y ver con qué flaquezas deben caminar hacia delante otros, me dio mucho qué pensar. A dejar de quejarnos, desde luego, y a entender que es cierto que debemos protestar porque el contrato social y el estado del bienestar están dejando todo patas arriba y eso debemos denunciarlo alto y claro, pero debemos también resistir y salir adelante, no llorar. No estamos tan mal, lo que tenemos que hacer es asumir que este presente es lo que tenemos y que con lo que hay vamos a tener que salir adelante. Votar, como dije más arriba, es un legado precioso que nos han dejado nuestros antepasados: debemos defenderlo como tal, sin grises. El voto es gratis y significa libertad y respeto a las instituciones que son tan democráticas, insisto, que hasta permiten que la extrema derecha entre en ellas cuando dice querer destruirlas. Cuando no tengamos nada que defender nos acordaremos de lo bonito que era poder opinar con libertad y tener espacios para escuchar al otro en el marco del diálogo. Eso es la democracia: escuchar al que piensa como yo pero sobre todo al que no piensa como yo. Quien no defienda ese parámetro no merece, para mí, estar en la escena pública. Y los estamos dejando entrar. Es alarmante.

– Dice que «nuestro Tejero no es un hombre solo y que el enemigo hoy es líquido y está, en gran parte, dentro de nosotros». ¿Me está diciendo en serio que llevo un Tejero dentro y no me he enterado?  
– Jaja. Me refiero a que, en gran medida, el enemigo fundamental que tiene nuestra generación es la desigualdad que, a su vez, ha llegado a estos extremos por haber permitido el avance de un sistema financiero global desbocado. En el libro lo explico con más calma preguntándome qué es realmente el dinero en el siglo XXI. Es difícil organizarse para oponer resistencia cuando el enemigo es invisible y la tiranía a la que estamos dejando que sometan nuestra vida doméstica lo es porque, al fin y al cabo, todo se reduce a eso. Ser felices en condiciones de dignidad y compartiendo lo que somos con la gente que amamos y que nos ama. Lograr eso debe ser nuestro objetivo y nuestra tierra, como dije antes, se ha convertido en un lugar de oportunidades si nos aliamos para darle la vuelta al relato que nos convoca y nos debe unir.
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