Lo sorprendente de este pequeñito ‘Vuelo de Brujas’ es que lejos de aparecer seres viejos y narigudos con verrugas, lo protagonizan cuerpos gráciles con una misión casi humanística, que no es precisamente hacerle un RCP brujeril al cuerpo que elevan para nuestra fascinación, sino insuflarle sabiduría.
Destacan dos oscuros detalles de superstición bíblica o pagana. Las serpientes dibujadas en esas mitras que a algunos les recordarán la Semana Santa y a otros los cucuruchos de cartón para los churros del kiosco de José Aguado; y el gesto de la higa (que no higo) para ahuyentar maldiciones. Aunque lo más irracional aquí quizá sea pensar que la sabiduría se puede soplar, o adquirir comiendo un cacho de manzana.
Puede que les recuerde la famosa serie de las pinturas negras (que yo asocio con Eisenstein y Chaplin por culpa de un genial profesor de La Anunciata), y es que parece mucho más apropiada para formar parte de la maravillosa serie que, por ejemplo, el ultrapoético ‘Perro semihundido’. Pero este sí que está incluido y la que nos ocupa no, porque fue un encargo.
Los conservadores del museo han determinado que no estamos ante la composición inicial. Es decir, Goya retocó la distribución de las figuras hasta dar con esta versión definitiva. Tan equilibrada y potente que sumada al brillo de su pintura pagó más que generosamente mi alocada peregrinación en su busca.
Lo más leído